Lo que le ha ocurrido al PP en las recientes elecciones es simple: sus clientes (votantes) han perdido la confianza y han elegido otro proveedor. Eso ocurre a diario en la vida misma cuando la gente se siente decepcionada con su tendero, peluquero, electricista o abogado y lo cambia por otro. Pero los políticos, arrogantes y mal educados, no lo aceptan y, ante la derrota, amenazan y gritan que sin ellos llegará el caos y el desastre. Esa actitud es suicida porque solo contribuye a decepcionar todavía mas a sus votantes. ---
Muchos análisis sesudos y demasiadas interpretaciones interesadas para explicar lo que es sencillo: que el desastre que han sufrido los viejos partidos, sobre todo el PP, en las recientes elecciones del 24 de mayo es una simple pérdida de confianza de los ciudadanos en sus representantes y en los políticos en general.
Los ciudadanos, acostumbrados a cambiar a sus proveedores cuando pierden la confianza en ellos, lo han hecho ahora con los políticos en general y con los del PP en particular, tras comprobar que durante demasiado tiempo los han menospreciado, engañado y que los que eligieron como representantes eran corruptos, arrogantes, poco demócratas, arbitrarios e incapaces de cumplir sus promesas.
El problema es que la política española, que no es democrática, no está acostumbrada a esos cambios drásticos, ni los admite. Cuando se producen, en lugar de reconocer que ellos han fallado al traicionar la confianza de los ciudadanos con sus corrupción, incumpliendo sus promesas, abusando del poder y esparciendo arrogancia e injusticia, hablan de conspiraciones, de asaltos desde el extremismo y gritan que el país está en peligro.
Son estúpidos porque, en lugar de corregir el rumbo para recuperar la confianza perdida, siguen decepcionando a sus clientes, un comportamiento que les lleva a la ruina. Con su desesperación ante la pérdida del poder demuestran claramente que para ellos la política no era un servicio sino una forma de vida parasitaria, donde el propio beneficio se antepone siempre al bien común.
Sin embargo, todo lo que está ocurriendo en España es normal como la vida misma: los ciudadanos han perdido la confianza en partidos que se han tornado obtusos, arrogantes y ajenos a la ciudadanía y han comenzado a entregarla a otras formaciones nuevas que prometen comportamientos distintos, mas justos y decentes.
Todo lógico y normal, pero hay políticos tan ineptos y deteriorados por el poder y la antidemocracia que, como Rajoy, se niegan a cambiar, se siguen considerando candidatos óptimos, a pesar de que han sido rotundamente rechazados, y solo admiten que han comunicado mal.
En el otro bando vapuleado por el voto, el socialista, la situación no es menor. Dicen que se han renovado, pero solo han cambiado unas caras por otras, sin cambiar sus principios equivocados y ajenos a la democracia y la decencia. Pedro Sánchez, su líder, se muestra dispuesto a intercambiar cromos y propone a Podemos cambiar alcaldías por gobiernos autonómicos, ignorando que eso es, precisamente, lo que no quiere el ciudadano, lo que repugna a los demócratas y a la gente decente de este país, cada día mas fuerte y decidida a hacer de España un país limpio y libre de mafiosos.
El poder político está arrinconado y confundido, sin saber que hacer, porque se sentía seguro e invulnerable detrás de los escudos y porras de la policía, preservado por jueces bajo control político y defendido por la mentira de los periodistas sometidos. Los poderosos, a pesar de todo su poder, están siendo humillados y desalojados de la pocilga que habían construido por los verdaderos poderes en democracia: la ciudadanía y la opinión pública.
Bienvenida la nueva España, a pesar de que muchos de los nuevos que llegan al poder tienen déficits democráticos tan profundos o mas que los que están siendo desalojados. Pero ese es otro capítulo de la larga historia de la España Desgraciada.