En 1957, Leon Festinguer publicó su “Teoría de la disonancia cognitiva”. Si lo entendí bien, Festinguer nos dice que cuando un individuo mantiene dos ideas contradictorias o una actuación contraria a su sistema de creencias se le genera una tensión interna que tiene que resolver para retornar a la coherencia, a cierta paz interior.
Para ello recorrerá distintos caminos: a) cambiar de actitud o creencia; b) ignorar uno de los dos términos contradictorios; o c) crear justificaciones –llegando al autoengaño– para explicar esa contradicción. Como todo adulto sabe, a) es un camino muy espinoso, así que solemos decantarnos por b) y/o c), que no son excluyentes.
Tras meditar un poco sobre las últimas elecciones, creo que la disonancia cognitiva y el miedo nos explican estos resultados. Sobre todo el miedo.
Leo que la teoría de Festinguer ya no es muy sexi entre los psicólogos, pero voy a usar un poco de psicología vintage para mi análisis de las últimas elecciones. Sí, uno más, tan inútil como ese recuerdo que se trajo de aquellas vacaciones que quizás fuera mejor olvidar.A estas alturas no se si hace falta otro análisis, lo reconozco. Seguro que han leído, yo sí, otras interpretaciones más precisas, hechas por gente más inteligente y preparada. Me refiero, sobre todo, a medios digitales independientes que nos han ofrecido explicaciones basadas en el estudio pormenorizado de los datos. Han analizado la campaña electoral, la política de pactos, la simpatía de los candidatos, los mensajes clave, etc. Si los cogemos y los mezclamos, que no agitamos, seguro que nos acercamos a la verdad.
Pero un día de estos se me volvió a aparecer un video en el que el maestro Sampedro hablaba del miedo. ¿Y si todo se reduce al miedo y más allá del miedo todo es disonancia cognitiva? Sí, un argumento simple como un botijo –que diría Guillem Martínez– pero tal vez igual de efectivo.
Un miedo general, profundo y pastoso. Un miedo pegado a nuestros zapatos, agarrado a nuestra historia y transmitido por generaciones. No lo juzgo, el miedo puede ser salvador o criminal, te hace sabio o profundamente estúpido. Su peligro está, precisamente, en que es muy difícil saber cuándo y cómo usarlo.
El miedo de la izquierda
Pero ¿y si entre el electorado presuntamente de izquierdas hubiera funcionado lo mismo, el miedo a la batalla que supone siempre intentar cambiar las cosas? Una cosa es el discurso de bar y otra obrar en consecuencia. Salir del parapeto que te ofrece la caña de cerveza y el plato de gambas de Huelva o ensaladilla rusa –dependiendo del escalón social que te haya tocado– es enfrentarte a tus miedos.
En la derecha el miedo cohesiona, en la izquierda es disgregador. Los sectores más ideologizados no te pasan una: si de 30 puntos renuncias a uno, olvídate de su voto. Ellos se quedan tras la muralla de su aldea gala, guardando la verdad y a salvo del territorio desconocido. Los menos ideologizados siguen en el bar, porque lo que vale para protestar se debe quedar ahí, para poder seguir protestando.
Y partir de ahí, la disonancia y los b) y c), en lo que la izquierda es mucho mejor que la derecha. En b) se ignora a los poderes de la UE, los únicos reales a esta hora de la historia; y en c): hablan bien pero lo que dicen es irrealizable, el líder es antipático, se contradicen, alguien dijo algo sobre otro que no me gustó, al final nos defraudarán, el voto no sirve para nada, etc. Algo que también se resumiría en el “no hay remedio”.
Pues eso, las razones pueden ser válidas pero ¿y si todo se reduce al miedo?
Así que si ya han acomodado su disonancia cognitiva con algunas de las múltiples explicaciones que probablemente no les acerquen a la verdad yo contribuyo con una más. Probablemente también falsa. De nada.
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