(JCR)
Escribo estas líneas at terminar de leer una información que habla de seis muertos en un enfrentamiento en un barrio de Buyumbura ayer, 1 de julio. No se sabe muy bien lo que ocurrió. El gobierno de Burundi habla de un grupo armado que atacó a los policías, mientras que otras fuentes aseguran que los muertos fueron civiles disparados a bocajarro. En cualquier caso, ya van cerca de cien muertos desde que a finales de abril el presidente Nkurunziza declaró su intención de presentarse a un tercer mandado. Las elecciones locales y parlamentarias celebradas el 29 de junio, contra los consejos de la comunidad internacional, no han hecho sino empeorar las cosas.
No es Burundi el único caso que se da en África en el que hay estallidos de violencia ante la proximidad de unas elecciones. Y “proximidad” en este caso puede significar un año antes de los comicios. Del 19 al 21 de enero de este año, hubo protestas en las calles de Kinshasa y otras ciudades de la República Democrática del Congo cuando el partido del presidente Kabila intentó colar en el Parlamento una ley electoral que habría permitido al mandatario congoleño prolongar su mandato más allá de 2016, cuando la Constitución le marca que tendrá que dejar el poder. La policía y el ejército dispersaron a los manifestantes con balas reales y hubo al menos 42 muertos.
Otros países de la zona de África Central que tendrán elecciones presidenciales y donde los ánimos se están caldeando en mayor o menor medida son: Angola, Guinea Ecuatorial, Gabón, Chad y Congo Brazzaville. En este último, su presidente Denis Sassou Nguesso (en el poder de 1979 a 1992 y desde 1997 hasta la fecha) intenta cambiar la Constitución para eliminar el molesto artículo 101 que le impediría presentarse a un nuevo mandato por haber cumplido ya los dos que le permite la ley y por sobrepasar el límite de edad de 70 años. En Chad, Idriss Déby se aprovecha de la amenaza terrorista de Boko Haram para hacer leyes que le permiten usar su poderoso aparato de seguridad contra opositores, periodistas críticos y hasta inmigrantes.
En Rwanda, que tendrá elecciones presidenciales en 2017, el partido en el poder usa otros métodos más sibilinos para cambiar la Constitución y permitir a Paul Kagame perpetuarse en el poder. En Gabón, el país donde vivo, una oposición desorganizada y desunida se enfrenta al presidente Ali Bongo recriminándole su origen dudoso y argumentando que no es, en realidad, hijo del difunto presidente Omar Bongo, sino que nación en la Biafra nigeriana y fue adoptado al estallar la guerra en los 1960. Si fuera esto cierto, su elección en 2009 habría sido ilegal puesto que la ley le impediría ser candidato al no haber nacido en Gabón. En diciembre del año pasado hubo protestas callejeras con muertos, y todos temen lo peor para el año que viene.
¿Por qué surgen brotes de violencia ante la proximidad a unas elecciones? La verdad es que en un país democrático nadie se imagina a los partidarios de candidatos de distintos partidos saliendo a la calle para enfrentarse a golpes. En España, incluso con leyes mordaza o todo lo que queramos, uno puede ir a un mítin del partido que le dé la gana sin temor a que vaya a aparecer la policía y a disparar contra los asistentes, o protestar contra determinada política del gobierno que sea sin temor a que el ejército le vaya a detener en su casa mientras duerme. Y quien dice España, dice Ghana, Botswana o Zambia, que también hay países africanos que son democráticos y donde se respeta la alternancia en el poder y la libertad de expresión.
El problema de fondo es la falta de pluralismo. Hay países de África donde, en los años 90, hubo una conversión muy superficial de regímenes de partido único al multipartidismo, pero donde sus dirigentes siguieron controlando todos los resorte del poder para mantenerse en él a perpetuidad. En regímenes así, las riquezas del país siguen monopolizadas por la élite próxima al presidente mientras la población, privada de servicios sociales, vive en la miseria. La masa de jóvenes frustrados y desocupados constituye una bomba de relojería dispuesta a estallar en cualquier momento. El ejército en estos países suele estar dominado de forma desproporcionada por una guardia presidencial, normalmente de la etnia o de la región del presidente, cuyo cometido no es garantizar la seguridad de los ciudadanos, sino el dominio del dictador de turno cuando se siente amenazado . En la República Democrática del Congo, por ejemplo, la guardia presidencial está formada nada menos que por 15.000 soldados. Al mismo tiempo, se da la paradoja de que Estados que tienen un gran aparato de seguridad para proteger a sus dirigentes y reprimir a los opositores pueden ser, al mismo tiempo, Estados fallidos donde la mayor parte de sus ciudadanos no tienen garantizada su propia seguridad y donde en numerosas regiones no hay presencia de funcionarios, policía, tribunales ni nada que represente la autoridad.
Cuando se dan estos elementos y pasan muchos años sin que haya una alternancia en el poder, en estos países se viven crisis soterradas que salen a flote de forma violenta ante la proximidad de unas elecciones. Y si los que están en el poder intentan cambiar la Constitución para eliminar los límites de mandatos presidenciales, el conflicto puede ser peor. Esto explica, en buena parte, lo que está pasando en Burundi, y otros conflictos similares en África, sobre todo central, .