Ayer concluyó el largo proceso electoral europeo que comenzó el jueves en Holanda y Reino Unido. Aunque los resultados holandeses se fueron filtrando, no fue hasta que se cerraron los colegios electorales en Italia, el momento de ir conociendo los resultados oficiales. A nivel nacional los resultados están suponiendo un auténtico seísmo cuyas consecuencias inmediatas están por analizar, por lo que me centraré en un óptica continental. Los resultados globales no ofrecen sorpresas. Pese al avance a nivel continental de fuerzas anti europeas y de tendencias extremas, el bloque de los democristianos y socialdemócratas europeos aguanta el tirón con poco más de 400 diputados. El candidato democristiano luxemburgués Jean Claude Juncker se ha hecho con la victoria por 27 escaños sobre el socialdemócrata Martin Schulz. Pero la ajustada victoria del bloque centrista les va a obligar a cooperar más que nunca, si cabe. Se ha hablado de gran coalición a la europea, pero en los últimos treinta y cinco años EPP y PES han estado gobernando juntos, votando juntos en el 70% de las ocasiones y repartiéndose los cargos de la Unión. ¿Qué cambiará? Pues en este sentido bastante poco, tal vez el EPP deba moderar su discurso de la disciplina fiscal y abrir un poco la mano en cuestiones presupuestarias, pero me temo que sin el permiso del Consejo sólo serán migajas. Tras la batalla electoral en las urnas, el Europarlamento espera que el Consejo proponga como Presidente de la Comisión al vencedor de las elecciones, algo que no está asegurado. Según el Tratado de Lisboa, el Consejo propondrá el candidato a presidir la Comisión teniendo en cuenta los resultados electorales. ¿Y qué significa esto? Pues quién sabe, porque dada la ambiguedad del texto "teniendo en cuenta" los Jefes de Estado y Gobierno de la Unión bien podrían proponer otro nombre. El problema para ellos es que Lisboa reserva mayores y más importantes atribuciones al Europarlamento. Una de ellas ratificar al candidato propuesto por el Consejo. Tanto Juncker como Schulz han declarado que solo sus nombres estaban en liza en estas elecciones y, tras los resultados de ayer, solo el nombre de Juncker está legitimado para presidir la Comisión. Los líderes de los grupos parlamentarios avisaron durante el debate electoral al Consejo que el Parlamento Europeo no aceptaría un nombre distinto al vencedor de las elecciones debido a las declaraciones de Merkel de que el Consejo, tal y como estaba redactado el Tratado, podía proponer un nombre distinto. Juncker, a pesar de formar parte del mismo partido que Merkel y haber contado con su apoyo para ser nombrado candidato del EPP, es un hombre incómodo para la canciller. Cuando éste era PM de Luxemburgo y presidente del Eurogrupo mostró una actitud mucho más independiente y desafiante ante la canciller que el actual, el socialdemócrata holandés Dijsselbloem, por lo que Mr. Juncker al mando de la Comisión podría constituirse en un contrapoder al liderazgo de Merkel, o cuanto menos adquirir mayor independencia que el servil Barroso. Por eso, aunque el Consejo y la colaboración intergubernamental han cobrado protagonismo en la Unión tras la severa crisis del Euro, la elección de una Comisión un poco más independiente supone un matiz importante. No solo Merkel ha insinuado que el Consejo podría elegir a alguien distinto. El gobierno británico lleva semanas maniobrado para que Mr. Juncker no ocupe el Berlaymont. Resulta un candidato peligroso para las aspiraciones del número 10 por ser de los últimos políticos que defienden una Europa más ferderal como la había imaginado Schuman. El plan de David Cameron es renegociar las competencias del Reino Unido de forma favorable para, en 2017, convocar un referendúm que esté en condiciones de ganar. Mantener al Reino Unido dentro de la Unión con un estatus especial, una especie de Cheque Británico 2.0. Pero Cameron sabe que con Juncker o Schulz en la Comisión será difícil llevar a buen puerto semejante proyecto. David Cameron, que tiene una buena relación con Merkel, parece estar presionando a la canciller para que el Consejo proponga un nombre alternativo. Pero hacer tal cosa podría herir de muerte a una parte vital del proyecto europeo. Siempre se ha achacado a la UE ser una unión de mercaderes donde el aspecto social y democrático se dejaba a un lado en favor de los objetivos económicos, semejante unión lastraba siempre las cifras de participación en las elecciones europeas donde el elector veía que votase lo que votase servía para poco. El Tratado de Lisboa quiso solucionar esto dando un mayor protagonismo a la Eurocámara, que el Consejo se salte a la primera de cambio el resultado electoral sería catastrófico para este punto del Tratado y, por ende, para el proyecto democrátizador de la Unión. La crisis del Euro ha supuesto una aceleración en el proceso de integración europea, pero esa integración se está haciendo deprisa y bajo los parámetros unilaterales de ciertos países, lo que está abriendo grandes brechas que se han dejado sentir en los resultados electorales. La integración no se ha realizado fortaleciendo las instituciones europeas que, con la excepción del BCE, se han visto subordinadas a la actividad intergubernamental propiciado por el auge del poderío alemán y la merma de la influencia política francesa. Es muy irónico que sea esta Europa intergubernamental, soñada por Margaret Thatcher en su célebre discurso de Brujas, la que incomoda a Cameron. Para bien o para mal la crisis de la moneda única ha empujado a una mayor integración fruto de la interconexión de las economías de la zona Euro. La marcha atrás del proyecto Euro es una quimera y todos pagaríamos un alto coste si regresásemos a las monedas nacionales. Pero las víctimas que los dolorosos ajuste están dejando por el camino son terreno abonado para un sin fin de opciones políticas nuevas. En el Reino Unido David Cameron aireó el fantasma de la Unión para ganar adeptos por la derecha, pero los frutos de ésta política los está recogiendo el otrora marginal UKIP. ¿Qué ha sucedido para qué la siempre Euroescéptica Albión haya dado el paso a favorecer al UKIP? Probablemente ha sido otra de las consecuencias de la integración acelerada de la crisis del Euro. La Europa a dos velocidades es ya una realidad y la diferencia entre un bloque monetario y "todos los demás" puede suponer una ventaja para el Reino Unido, pero puede resultar un margiando de la actividad financiera si el Eurogrupo conforma una unión más perfecta y cohesionada. Es por ello que Cameron desea renegociar un nuevo estatus que garantice la funcionalidad de la City a la que debe un porcentaje importante de su PIB. El ascenso de la extrema derecha en Francia es más pasional que la racional Gran Bretaña, donde ya se sabe que no hay aliados permanentes, sólo intereses permanentes. El Hexágono siempre ha mantenido una postura beligerante contra las opciones mundializadoras que supusiesen una merma a su mastodóntico Estado del bienestar. La tendencia alcista del FN podría ser poner la venda antes de la herida. La proximidad a países tan afectados por la crisis de deuda como España o, en menor medida, Italia podría haber puesto sobreaviso al electorado galo sobre las consecuencias de aplicar las medidas recomendadas por Bruselas, medidas que el ejecutivo Hollande-Valls está aplicando. Ésto, unido a la pérdida de peso de Francia y el auge político-económico alemán podrían ser los mimbres de los buenos resultados de Le Pen. Pero a ambos caso los une no solo tratarse de opciones más o menos extremistas, sino de haber votado en clave mucho más interna que otros países. La lectura ha de hacer se en clave de política interna inglesa, de cara a las generales de 2015, y francesa. De hecho, lo primero que ha hecho Le Pen es denunciar la falta de legitimidad de la actual Asamblea Nacional y pedir nuevas elecciones legislativas. Por ello, su victoria no va a tener importantes consecuencias en las instituciones comunitarias. No todo han sido victorias del lado de los extremistas. El holandés Wilders ha cosechado una derrota inesperada y su frente antieuropeo junto a otros países se quedará en nada. Eso unido a lo poco que une a estos partidos, salvo su odio a Europa, hará muy difícil que logren articular un discurso unificado y menos coherente. Resulta llamativo que, con la salvedad de Grecia, los países mediterráneos sean los únicos que no han mandado a partidos extremistas a la Eurocámara, teniendo en cuenta que la crisis se ha cebado en mayor medida con ellos. Debe ser el voto del miedo a que se extienda por el norte lo que ha alimentado ese voto extremista en la Europa protestante y en Francia. Por eso, aunque han sido unos comicios plagados de matices, caracterizado por el ascenso de las fuerzas antieuropeos, el núcleo duro de la Unión ha quedado relativamente a salvo. Los Socialdemócratas y Democristianos europeos deberán trabajar esta legislatura aún más codo con codo para que la desafección no crezca y para que el proceso de integración europea se haga respetando las instituciones y no usandolas para pasar por encima de los ciudadanos. Es, sin duda, una tarea hercúlea.