[email protected] Creo que se puede analizar el proceso bolivariano al menos desde dos perspectivas: mirando al futuro o atendiendo a la coyuntura; como decir: a la historia y a lo contingente. Si observamos de cerca y hasta el detalle la actualidad (cosa que nos encanta y a veces hasta con ensañamiento: lo llamamos crítica) no podemos sin embargo perder la estrategia, la visión histórica. Enumerar pues los –digamos- problemas y logros de hoy sin el telón de fondo de la historia no es sólo mezquindad sino una manera de renunciar no únicamente a la esperanza sino a la posibilidad cierta de construir un país distinto, una región, un vasto territorio de paz, integración y justicia social. En ese sentido, nada como las elecciones entran en esta dinámica de lo histórico y lo contingente, de lo estructural y lo coyuntural. Y lo hacen para reafirmar por un lado, las opiniones clásicas: las elecciones son la típica estrategia reformista, interminable concesión al Estado burgués, fiesta mediática al gusto de los intereses capitalistas, compraventa de votos, engañifa, hipnosis colectiva. Un evento de masas que funciona tal cual las olimpíadas: olvídate del hambre y la miseria, de la guerra y la rapiña, y entrégate al carnaval, al placebo de luces y confeti que nos quiere convencer de que el futuro no se sabe cómo, será mejor. Pero por otro lado, ver en Venezuela las elecciones obviando el agua que ha pasado bajo el puente, es decir, sin perspectiva histórica es, lo repito, mezquino. Tanto como una sandez desgarrarse las vestiduras exigiendo a voz en cuello renunciar a las elecciones e imponer un gobierno de consenso, imposible por otros mecanismos que no sean las armas, los criterios a juro de camarillas y grupos de poder, o, en el ¿mejor? de los casos, la iluminación de vanguardias del más cerril sectarismo. La democracia eleccionaria no ha sido impuesta ni la practica la democracia made in usa, es más, al imperio le encantan las «elecciones» en las que no se elige: como en México por ejemplo, o en el mismo EEUU, donde en las -por ellos así llamadas- elecciones eligen y sancionan las elites plutócratas. Ha globalizado el fundamentalismo demócratarrepublicano de las cañoneras o el fraude: donde no triunfa éste se imponen aquéllas. Si existe pues, un lugar donde la institucionalidad del Estado se esmera por construir una democracia eleccionaria donde sea posible elegir es precisamente aquí en Venezuela (¡que lo desmienta Vicente Díaz!), haciendo entre otras cosas imposible el fraude y ofreciéndole a la población (votante o no) opciones diametralmente opuestas, distintas, presentes en la arena política como el agua y el aceite. Y la población, como en ninguna otra parte, tiene la capacidad voto a voto de elegir- valga la redundancia- de votar, de decidir. Que no es perfecta, que pueden haber otras opciones: sí. Sin embargo, la inscripción de candidaturas estuvo abierta y otros candidatos y candidatas se presentaron. Que no los vemos (y cuando vimos a una no aguantamos la pena ajena…) es otra cosa: la polarización, la reducción de la entropía, el cara o sello, hace que prácticamente desaparezcan los matices. Ya eso no es culpa de los actores sino de las actuales circunstancias (sobre todo las internacionales que nos mandan a jugar cuadro cerrado), que nos ayudan a despejar, a ver con claridad qué es lo que actualmente se debate. En lo personal, sin embargo, no me preocupa que no sean más las opciones electorales. La diversidad corre aguas abajo las elecciones. La diversidad y el poder popular lo debemos construir en las comunidades, allí donde vivimos y trabajamos, y lo que debemos lograr en definitiva es que ese trabajo y vivir cotidiano se parezcan cada vez más al gobierno en general, al Estado. Construirlo pues, desde abajo es la opción real, la única garantía de futuro. No me desviven las elecciones sino que intento ponerlas en su justo lugar: haré todo lo que esté a mi alcance para que ganemos el 07 de octubre abrumadoramente, sin distraerme del objetivo histórico: la construcción cotidiana y orgánica de la patria socialista, la única que permitirá que nuestros hijos rían, sueñen y amen. Brama el capitalismo neoliberal y salvaje y se estrella en todas partes contra los trabajadores, contra los estudiantes, los ancianos, los niños, las mujeres, los indígenas, los excluidos, los pobres; pero en nuestro país, los pobres somos gobierno. He ahí la diferencia. No estamos en cruda desventaja frente al capitalismo barbárico, al contrario aquí lo develamos, le quitamos la máscara, lo tenemos a raya y en la mira, conocemos como se mueve, como da pasos en falso, no nos tragamos su falsimedia. No le creemos y eso lo debilita enormemente. No podemos decir lo mismo de buena parte del mundo, que cree como dice Tariq Ali que BBC o CNN son neutrales o informativos[1]. Aquí hace tiempo no nos calamos ese cuento y escuchamos y creemos, protestamos y construimos las noticias del sistema público de medios amén de que hemos ido fortaleciendo los canales y los medios alternativos, críticos y constructores (¡qué lo diga si no La Mancha!) de una comunicación distinta, desmercantilizada, popular, comunitaria a punta de esfuerzo y trabajo propio, autónomo y autogestionario, con respeto y acompañando al gobierno como lo recomendaba Simón Rodríguez[2]. En Venezuela los venezolanos vamos a elegir y cada uno de nuestros votos contará. Pero contarán más mirados en perspectiva histórica, porque no estamos votando por un gobierno de seis años sino por un proyecto de largo aliento que necesita menos la evaluación (la ceguera y el oportunismo del «voto castigo») de cada cuatro o seis años que la posibilidad de darse (y darnos) tiempo para construir la opción de futuro que haga innecesarias –menos paradójica que racionalmente- las elecciones tal como se presentan hoy en la arena cotidiana de la historia. Es decir, construir el socialismo, aunque se deba emprender dicha construcción todos los días desde el principio, es la garantía de que los venezolanos elegiremos de hoy en siempre la salud pública contra la privada, la seguridad social contra la privatización de las pensiones y el seguro, la educación, el agua y el aire públicos contra las trasnacionales. La república contra el mercado. Elegir hoy y siempre por la desmercantilización progresiva de la vida, por la des-salarización del trabajo, exige tiempos de construcción colectiva que trasciendan con creces los límites estrechamente temporales de los gobiernos entregados al ritmo del capital, a los periodos, fraccionamientos y «cambios» que instrumentan la estrategia de la novedad ilusoria, la voluble y versátil moda, la obsolescencia como motor del consumo. El «chocolatico nuevo» de Capriles, para poner un ejemplo francamente risible. Construir la patria a pulso va mucho más allá de los sexenios. Pero esa construcción es imposible llevarla a cabo si el capitalismo gana las elecciones. Si gana, significa que las leyes que dibujan el accionar de un Estado que vela por la seguridad y los bienes públicos de todos, serán torcidas y manipuladas por los dueños del capital, es decir que se legislaría a la buena del dinero tal como ocurre en prácticamente todo el mundo según queda a la vista por la impunidad con que manejan sus apetitos los congresos en EEUU, la eurozona, los organismos internacionales, Honduras o Paraguay, para poner ejemplo concretos y aberrantes. Ganar las elecciones y con amplia, con aplastante mayoría, es despejar el terreno para que la lenta construcción de la vida cotidiana y sobre todo la subjetividad socialista pueda desplegarse por toda la geografía interior de la patria. Pueda sembrarse. En paz. Con conflictos sí, con disputas, pero en paz, haciendo que funcionen las instituciones, garantizando los procesos, apuntalándolos, dando tiempo a construirlos, revisarlos, corregirlos, relanzarlos. Si el capitalismo llegare a gobernar impondría su des-gobierno, la dictadura del capital: no tendríamos tiempo para levantar nuestras propias realidades sino que nos ahogaría la necesidad de sobrevivir y aplastarnos unos a otros para que el capitalismo viva. Hoy, la Venezuela bolivariana que estamos construyendo nos permite no sólo vivir en el marco del capitalismo remanente sino también y sobre todo soñar en colectivo. Cada vez son más los tiempos y espacios en que podemos encontrarnos –como decía Simón Rodríguez- no sólo para decirnos que tenemos necesidades, aconsejarnos remediarlas y exhortarnos a tener paciencia, sino para consultarnos sobre los medios de satisfacer nuestros deseos porque no satisfacerlos es padecer.[3] Se están generando y democratizando sin lugar a dudas las condiciones, las bases históricas para la construcción sostenida del socialismo. Lo vemos en las caras de los niños y las niñas; lo vemos en las Ferias de Libros, en la hormigueante educación que surca todas las edades y experiencias. En el financiamiento de proyectos, en la recaudación de impuestos acompañada de una cada vez más justa redistribución de la renta y de los beneficios sociales. Lo vemos en el sistema de salud pública, en los mercados, en las plazas y parques. En la universalización de los bienes culturales. Porque el socialismo sólo será posible si nos encontramos en el hacer cotidiano de un mundo distinto. En las elecciones los venezolanos y las venezolanas que acompañamos a Chávez votaremos sobre todo por la paz, es decir, por la construcción de una patria donde el capitalismo no gobierne nuestras mentes y cuerpos. Que el capitalismo quede sólo para vender lujos inútiles y suntuarios si es verdad que sabe vender y convencer, publicitar y competir. Que quede sólo para vender joyas y perfumes, caviar y masajes, pero no agua, salud, tierra, educación, vivienda, vestido, alimento. Sólo así la felicidad vendrá por añadidura y no falsa, con tarjeta de crédito. ___________________________________________________________ [1] Tariq Alí: “Si alguien considera que CNN y la BBC son medios objetivos, debería ir a revisar su cerebro”, en http://www.contrainjerencia.com/?p=49790 [2] «Salgan, júntense, rodeen al gobierno, traten con él del bien común, y hallará cada uno el suyo. Quejas infructuosas son quejidos; consuelo del dolor, pero no remedio. Con reniegos se desahogan enfados, pero no se reparan pérdidas. La desesperación es un extremo, no un medio», Simón Rodríguez citado por Armando Daniel Rojas en Simbiosis de los Simones, PDVSA, Maracay, 2008, p. 174 [3] Simón Rodríguez, Inventamos o erramos, Monte Ávila, Caracas, p. 112
Revista América Latina
Posted on 10 septiembre, 2012 by juanmartorano
José Javier León
[email protected] Creo que se puede analizar el proceso bolivariano al menos desde dos perspectivas: mirando al futuro o atendiendo a la coyuntura; como decir: a la historia y a lo contingente. Si observamos de cerca y hasta el detalle la actualidad (cosa que nos encanta y a veces hasta con ensañamiento: lo llamamos crítica) no podemos sin embargo perder la estrategia, la visión histórica. Enumerar pues los –digamos- problemas y logros de hoy sin el telón de fondo de la historia no es sólo mezquindad sino una manera de renunciar no únicamente a la esperanza sino a la posibilidad cierta de construir un país distinto, una región, un vasto territorio de paz, integración y justicia social. En ese sentido, nada como las elecciones entran en esta dinámica de lo histórico y lo contingente, de lo estructural y lo coyuntural. Y lo hacen para reafirmar por un lado, las opiniones clásicas: las elecciones son la típica estrategia reformista, interminable concesión al Estado burgués, fiesta mediática al gusto de los intereses capitalistas, compraventa de votos, engañifa, hipnosis colectiva. Un evento de masas que funciona tal cual las olimpíadas: olvídate del hambre y la miseria, de la guerra y la rapiña, y entrégate al carnaval, al placebo de luces y confeti que nos quiere convencer de que el futuro no se sabe cómo, será mejor. Pero por otro lado, ver en Venezuela las elecciones obviando el agua que ha pasado bajo el puente, es decir, sin perspectiva histórica es, lo repito, mezquino. Tanto como una sandez desgarrarse las vestiduras exigiendo a voz en cuello renunciar a las elecciones e imponer un gobierno de consenso, imposible por otros mecanismos que no sean las armas, los criterios a juro de camarillas y grupos de poder, o, en el ¿mejor? de los casos, la iluminación de vanguardias del más cerril sectarismo. La democracia eleccionaria no ha sido impuesta ni la practica la democracia made in usa, es más, al imperio le encantan las «elecciones» en las que no se elige: como en México por ejemplo, o en el mismo EEUU, donde en las -por ellos así llamadas- elecciones eligen y sancionan las elites plutócratas. Ha globalizado el fundamentalismo demócratarrepublicano de las cañoneras o el fraude: donde no triunfa éste se imponen aquéllas. Si existe pues, un lugar donde la institucionalidad del Estado se esmera por construir una democracia eleccionaria donde sea posible elegir es precisamente aquí en Venezuela (¡que lo desmienta Vicente Díaz!), haciendo entre otras cosas imposible el fraude y ofreciéndole a la población (votante o no) opciones diametralmente opuestas, distintas, presentes en la arena política como el agua y el aceite. Y la población, como en ninguna otra parte, tiene la capacidad voto a voto de elegir- valga la redundancia- de votar, de decidir. Que no es perfecta, que pueden haber otras opciones: sí. Sin embargo, la inscripción de candidaturas estuvo abierta y otros candidatos y candidatas se presentaron. Que no los vemos (y cuando vimos a una no aguantamos la pena ajena…) es otra cosa: la polarización, la reducción de la entropía, el cara o sello, hace que prácticamente desaparezcan los matices. Ya eso no es culpa de los actores sino de las actuales circunstancias (sobre todo las internacionales que nos mandan a jugar cuadro cerrado), que nos ayudan a despejar, a ver con claridad qué es lo que actualmente se debate. En lo personal, sin embargo, no me preocupa que no sean más las opciones electorales. La diversidad corre aguas abajo las elecciones. La diversidad y el poder popular lo debemos construir en las comunidades, allí donde vivimos y trabajamos, y lo que debemos lograr en definitiva es que ese trabajo y vivir cotidiano se parezcan cada vez más al gobierno en general, al Estado. Construirlo pues, desde abajo es la opción real, la única garantía de futuro. No me desviven las elecciones sino que intento ponerlas en su justo lugar: haré todo lo que esté a mi alcance para que ganemos el 07 de octubre abrumadoramente, sin distraerme del objetivo histórico: la construcción cotidiana y orgánica de la patria socialista, la única que permitirá que nuestros hijos rían, sueñen y amen. Brama el capitalismo neoliberal y salvaje y se estrella en todas partes contra los trabajadores, contra los estudiantes, los ancianos, los niños, las mujeres, los indígenas, los excluidos, los pobres; pero en nuestro país, los pobres somos gobierno. He ahí la diferencia. No estamos en cruda desventaja frente al capitalismo barbárico, al contrario aquí lo develamos, le quitamos la máscara, lo tenemos a raya y en la mira, conocemos como se mueve, como da pasos en falso, no nos tragamos su falsimedia. No le creemos y eso lo debilita enormemente. No podemos decir lo mismo de buena parte del mundo, que cree como dice Tariq Ali que BBC o CNN son neutrales o informativos[1]. Aquí hace tiempo no nos calamos ese cuento y escuchamos y creemos, protestamos y construimos las noticias del sistema público de medios amén de que hemos ido fortaleciendo los canales y los medios alternativos, críticos y constructores (¡qué lo diga si no La Mancha!) de una comunicación distinta, desmercantilizada, popular, comunitaria a punta de esfuerzo y trabajo propio, autónomo y autogestionario, con respeto y acompañando al gobierno como lo recomendaba Simón Rodríguez[2]. En Venezuela los venezolanos vamos a elegir y cada uno de nuestros votos contará. Pero contarán más mirados en perspectiva histórica, porque no estamos votando por un gobierno de seis años sino por un proyecto de largo aliento que necesita menos la evaluación (la ceguera y el oportunismo del «voto castigo») de cada cuatro o seis años que la posibilidad de darse (y darnos) tiempo para construir la opción de futuro que haga innecesarias –menos paradójica que racionalmente- las elecciones tal como se presentan hoy en la arena cotidiana de la historia. Es decir, construir el socialismo, aunque se deba emprender dicha construcción todos los días desde el principio, es la garantía de que los venezolanos elegiremos de hoy en siempre la salud pública contra la privada, la seguridad social contra la privatización de las pensiones y el seguro, la educación, el agua y el aire públicos contra las trasnacionales. La república contra el mercado. Elegir hoy y siempre por la desmercantilización progresiva de la vida, por la des-salarización del trabajo, exige tiempos de construcción colectiva que trasciendan con creces los límites estrechamente temporales de los gobiernos entregados al ritmo del capital, a los periodos, fraccionamientos y «cambios» que instrumentan la estrategia de la novedad ilusoria, la voluble y versátil moda, la obsolescencia como motor del consumo. El «chocolatico nuevo» de Capriles, para poner un ejemplo francamente risible. Construir la patria a pulso va mucho más allá de los sexenios. Pero esa construcción es imposible llevarla a cabo si el capitalismo gana las elecciones. Si gana, significa que las leyes que dibujan el accionar de un Estado que vela por la seguridad y los bienes públicos de todos, serán torcidas y manipuladas por los dueños del capital, es decir que se legislaría a la buena del dinero tal como ocurre en prácticamente todo el mundo según queda a la vista por la impunidad con que manejan sus apetitos los congresos en EEUU, la eurozona, los organismos internacionales, Honduras o Paraguay, para poner ejemplo concretos y aberrantes. Ganar las elecciones y con amplia, con aplastante mayoría, es despejar el terreno para que la lenta construcción de la vida cotidiana y sobre todo la subjetividad socialista pueda desplegarse por toda la geografía interior de la patria. Pueda sembrarse. En paz. Con conflictos sí, con disputas, pero en paz, haciendo que funcionen las instituciones, garantizando los procesos, apuntalándolos, dando tiempo a construirlos, revisarlos, corregirlos, relanzarlos. Si el capitalismo llegare a gobernar impondría su des-gobierno, la dictadura del capital: no tendríamos tiempo para levantar nuestras propias realidades sino que nos ahogaría la necesidad de sobrevivir y aplastarnos unos a otros para que el capitalismo viva. Hoy, la Venezuela bolivariana que estamos construyendo nos permite no sólo vivir en el marco del capitalismo remanente sino también y sobre todo soñar en colectivo. Cada vez son más los tiempos y espacios en que podemos encontrarnos –como decía Simón Rodríguez- no sólo para decirnos que tenemos necesidades, aconsejarnos remediarlas y exhortarnos a tener paciencia, sino para consultarnos sobre los medios de satisfacer nuestros deseos porque no satisfacerlos es padecer.[3] Se están generando y democratizando sin lugar a dudas las condiciones, las bases históricas para la construcción sostenida del socialismo. Lo vemos en las caras de los niños y las niñas; lo vemos en las Ferias de Libros, en la hormigueante educación que surca todas las edades y experiencias. En el financiamiento de proyectos, en la recaudación de impuestos acompañada de una cada vez más justa redistribución de la renta y de los beneficios sociales. Lo vemos en el sistema de salud pública, en los mercados, en las plazas y parques. En la universalización de los bienes culturales. Porque el socialismo sólo será posible si nos encontramos en el hacer cotidiano de un mundo distinto. En las elecciones los venezolanos y las venezolanas que acompañamos a Chávez votaremos sobre todo por la paz, es decir, por la construcción de una patria donde el capitalismo no gobierne nuestras mentes y cuerpos. Que el capitalismo quede sólo para vender lujos inútiles y suntuarios si es verdad que sabe vender y convencer, publicitar y competir. Que quede sólo para vender joyas y perfumes, caviar y masajes, pero no agua, salud, tierra, educación, vivienda, vestido, alimento. Sólo así la felicidad vendrá por añadidura y no falsa, con tarjeta de crédito. ___________________________________________________________ [1] Tariq Alí: “Si alguien considera que CNN y la BBC son medios objetivos, debería ir a revisar su cerebro”, en http://www.contrainjerencia.com/?p=49790 [2] «Salgan, júntense, rodeen al gobierno, traten con él del bien común, y hallará cada uno el suyo. Quejas infructuosas son quejidos; consuelo del dolor, pero no remedio. Con reniegos se desahogan enfados, pero no se reparan pérdidas. La desesperación es un extremo, no un medio», Simón Rodríguez citado por Armando Daniel Rojas en Simbiosis de los Simones, PDVSA, Maracay, 2008, p. 174 [3] Simón Rodríguez, Inventamos o erramos, Monte Ávila, Caracas, p. 112
[email protected] Creo que se puede analizar el proceso bolivariano al menos desde dos perspectivas: mirando al futuro o atendiendo a la coyuntura; como decir: a la historia y a lo contingente. Si observamos de cerca y hasta el detalle la actualidad (cosa que nos encanta y a veces hasta con ensañamiento: lo llamamos crítica) no podemos sin embargo perder la estrategia, la visión histórica. Enumerar pues los –digamos- problemas y logros de hoy sin el telón de fondo de la historia no es sólo mezquindad sino una manera de renunciar no únicamente a la esperanza sino a la posibilidad cierta de construir un país distinto, una región, un vasto territorio de paz, integración y justicia social. En ese sentido, nada como las elecciones entran en esta dinámica de lo histórico y lo contingente, de lo estructural y lo coyuntural. Y lo hacen para reafirmar por un lado, las opiniones clásicas: las elecciones son la típica estrategia reformista, interminable concesión al Estado burgués, fiesta mediática al gusto de los intereses capitalistas, compraventa de votos, engañifa, hipnosis colectiva. Un evento de masas que funciona tal cual las olimpíadas: olvídate del hambre y la miseria, de la guerra y la rapiña, y entrégate al carnaval, al placebo de luces y confeti que nos quiere convencer de que el futuro no se sabe cómo, será mejor. Pero por otro lado, ver en Venezuela las elecciones obviando el agua que ha pasado bajo el puente, es decir, sin perspectiva histórica es, lo repito, mezquino. Tanto como una sandez desgarrarse las vestiduras exigiendo a voz en cuello renunciar a las elecciones e imponer un gobierno de consenso, imposible por otros mecanismos que no sean las armas, los criterios a juro de camarillas y grupos de poder, o, en el ¿mejor? de los casos, la iluminación de vanguardias del más cerril sectarismo. La democracia eleccionaria no ha sido impuesta ni la practica la democracia made in usa, es más, al imperio le encantan las «elecciones» en las que no se elige: como en México por ejemplo, o en el mismo EEUU, donde en las -por ellos así llamadas- elecciones eligen y sancionan las elites plutócratas. Ha globalizado el fundamentalismo demócratarrepublicano de las cañoneras o el fraude: donde no triunfa éste se imponen aquéllas. Si existe pues, un lugar donde la institucionalidad del Estado se esmera por construir una democracia eleccionaria donde sea posible elegir es precisamente aquí en Venezuela (¡que lo desmienta Vicente Díaz!), haciendo entre otras cosas imposible el fraude y ofreciéndole a la población (votante o no) opciones diametralmente opuestas, distintas, presentes en la arena política como el agua y el aceite. Y la población, como en ninguna otra parte, tiene la capacidad voto a voto de elegir- valga la redundancia- de votar, de decidir. Que no es perfecta, que pueden haber otras opciones: sí. Sin embargo, la inscripción de candidaturas estuvo abierta y otros candidatos y candidatas se presentaron. Que no los vemos (y cuando vimos a una no aguantamos la pena ajena…) es otra cosa: la polarización, la reducción de la entropía, el cara o sello, hace que prácticamente desaparezcan los matices. Ya eso no es culpa de los actores sino de las actuales circunstancias (sobre todo las internacionales que nos mandan a jugar cuadro cerrado), que nos ayudan a despejar, a ver con claridad qué es lo que actualmente se debate. En lo personal, sin embargo, no me preocupa que no sean más las opciones electorales. La diversidad corre aguas abajo las elecciones. La diversidad y el poder popular lo debemos construir en las comunidades, allí donde vivimos y trabajamos, y lo que debemos lograr en definitiva es que ese trabajo y vivir cotidiano se parezcan cada vez más al gobierno en general, al Estado. Construirlo pues, desde abajo es la opción real, la única garantía de futuro. No me desviven las elecciones sino que intento ponerlas en su justo lugar: haré todo lo que esté a mi alcance para que ganemos el 07 de octubre abrumadoramente, sin distraerme del objetivo histórico: la construcción cotidiana y orgánica de la patria socialista, la única que permitirá que nuestros hijos rían, sueñen y amen. Brama el capitalismo neoliberal y salvaje y se estrella en todas partes contra los trabajadores, contra los estudiantes, los ancianos, los niños, las mujeres, los indígenas, los excluidos, los pobres; pero en nuestro país, los pobres somos gobierno. He ahí la diferencia. No estamos en cruda desventaja frente al capitalismo barbárico, al contrario aquí lo develamos, le quitamos la máscara, lo tenemos a raya y en la mira, conocemos como se mueve, como da pasos en falso, no nos tragamos su falsimedia. No le creemos y eso lo debilita enormemente. No podemos decir lo mismo de buena parte del mundo, que cree como dice Tariq Ali que BBC o CNN son neutrales o informativos[1]. Aquí hace tiempo no nos calamos ese cuento y escuchamos y creemos, protestamos y construimos las noticias del sistema público de medios amén de que hemos ido fortaleciendo los canales y los medios alternativos, críticos y constructores (¡qué lo diga si no La Mancha!) de una comunicación distinta, desmercantilizada, popular, comunitaria a punta de esfuerzo y trabajo propio, autónomo y autogestionario, con respeto y acompañando al gobierno como lo recomendaba Simón Rodríguez[2]. En Venezuela los venezolanos vamos a elegir y cada uno de nuestros votos contará. Pero contarán más mirados en perspectiva histórica, porque no estamos votando por un gobierno de seis años sino por un proyecto de largo aliento que necesita menos la evaluación (la ceguera y el oportunismo del «voto castigo») de cada cuatro o seis años que la posibilidad de darse (y darnos) tiempo para construir la opción de futuro que haga innecesarias –menos paradójica que racionalmente- las elecciones tal como se presentan hoy en la arena cotidiana de la historia. Es decir, construir el socialismo, aunque se deba emprender dicha construcción todos los días desde el principio, es la garantía de que los venezolanos elegiremos de hoy en siempre la salud pública contra la privada, la seguridad social contra la privatización de las pensiones y el seguro, la educación, el agua y el aire públicos contra las trasnacionales. La república contra el mercado. Elegir hoy y siempre por la desmercantilización progresiva de la vida, por la des-salarización del trabajo, exige tiempos de construcción colectiva que trasciendan con creces los límites estrechamente temporales de los gobiernos entregados al ritmo del capital, a los periodos, fraccionamientos y «cambios» que instrumentan la estrategia de la novedad ilusoria, la voluble y versátil moda, la obsolescencia como motor del consumo. El «chocolatico nuevo» de Capriles, para poner un ejemplo francamente risible. Construir la patria a pulso va mucho más allá de los sexenios. Pero esa construcción es imposible llevarla a cabo si el capitalismo gana las elecciones. Si gana, significa que las leyes que dibujan el accionar de un Estado que vela por la seguridad y los bienes públicos de todos, serán torcidas y manipuladas por los dueños del capital, es decir que se legislaría a la buena del dinero tal como ocurre en prácticamente todo el mundo según queda a la vista por la impunidad con que manejan sus apetitos los congresos en EEUU, la eurozona, los organismos internacionales, Honduras o Paraguay, para poner ejemplo concretos y aberrantes. Ganar las elecciones y con amplia, con aplastante mayoría, es despejar el terreno para que la lenta construcción de la vida cotidiana y sobre todo la subjetividad socialista pueda desplegarse por toda la geografía interior de la patria. Pueda sembrarse. En paz. Con conflictos sí, con disputas, pero en paz, haciendo que funcionen las instituciones, garantizando los procesos, apuntalándolos, dando tiempo a construirlos, revisarlos, corregirlos, relanzarlos. Si el capitalismo llegare a gobernar impondría su des-gobierno, la dictadura del capital: no tendríamos tiempo para levantar nuestras propias realidades sino que nos ahogaría la necesidad de sobrevivir y aplastarnos unos a otros para que el capitalismo viva. Hoy, la Venezuela bolivariana que estamos construyendo nos permite no sólo vivir en el marco del capitalismo remanente sino también y sobre todo soñar en colectivo. Cada vez son más los tiempos y espacios en que podemos encontrarnos –como decía Simón Rodríguez- no sólo para decirnos que tenemos necesidades, aconsejarnos remediarlas y exhortarnos a tener paciencia, sino para consultarnos sobre los medios de satisfacer nuestros deseos porque no satisfacerlos es padecer.[3] Se están generando y democratizando sin lugar a dudas las condiciones, las bases históricas para la construcción sostenida del socialismo. Lo vemos en las caras de los niños y las niñas; lo vemos en las Ferias de Libros, en la hormigueante educación que surca todas las edades y experiencias. En el financiamiento de proyectos, en la recaudación de impuestos acompañada de una cada vez más justa redistribución de la renta y de los beneficios sociales. Lo vemos en el sistema de salud pública, en los mercados, en las plazas y parques. En la universalización de los bienes culturales. Porque el socialismo sólo será posible si nos encontramos en el hacer cotidiano de un mundo distinto. En las elecciones los venezolanos y las venezolanas que acompañamos a Chávez votaremos sobre todo por la paz, es decir, por la construcción de una patria donde el capitalismo no gobierne nuestras mentes y cuerpos. Que el capitalismo quede sólo para vender lujos inútiles y suntuarios si es verdad que sabe vender y convencer, publicitar y competir. Que quede sólo para vender joyas y perfumes, caviar y masajes, pero no agua, salud, tierra, educación, vivienda, vestido, alimento. Sólo así la felicidad vendrá por añadidura y no falsa, con tarjeta de crédito. ___________________________________________________________ [1] Tariq Alí: “Si alguien considera que CNN y la BBC son medios objetivos, debería ir a revisar su cerebro”, en http://www.contrainjerencia.com/?p=49790 [2] «Salgan, júntense, rodeen al gobierno, traten con él del bien común, y hallará cada uno el suyo. Quejas infructuosas son quejidos; consuelo del dolor, pero no remedio. Con reniegos se desahogan enfados, pero no se reparan pérdidas. La desesperación es un extremo, no un medio», Simón Rodríguez citado por Armando Daniel Rojas en Simbiosis de los Simones, PDVSA, Maracay, 2008, p. 174 [3] Simón Rodríguez, Inventamos o erramos, Monte Ávila, Caracas, p. 112
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