Se acercan los próximos comicios electorales (esta vez tocan elecciones municipales), y no hace falta sacar la bola mágica para adivinar qué ocurrirá: Fidesz (el partido conservador) es el gran favorito en la gran mayoría de pueblos y ciudades, mientras que MSZP (socialistas) y Jobbik (extrema derecha) se repartirán las sobras.
En las pasadas elecciones locales de 2010, Fidesz arrasó, coincidiendo con su gran victoria en las generales, y parece ser que este año ocurrirá lo mismo. La última vez tan solo se le escaparon 4 de los 23 distritos de Budapest, y Szeged (la tercera ciudad del país en número de habitantes). El resto del país es casi totalmente naranja (el color del partido), y se esperan pocos cambios. Es probable que en Szeged vuelva a ganar el MSZP (por la figura del alcalde socialista László Botka), y quizás también en Miskolc.
Principales poblaciones de Hungría. En naranja, aquellas en las que en 2010 ganó Fidesz, en rojo donde ganó el MSZP. Los distritos de Budapest votan por separado.
Pese a la deriva autoritaria del gobierno por sus polémicas leyes, los elevados impuestos y los recortes en prestaciones, Fidesz se mantiene como la principal opción entre los votantes húngaros. La falta de iniciativa de los socialistas, que siguen pagando los graves errores de su anterior gobierno, su ausencia de ideas y sus luchas internas, les hace incapaces de movilizar a la mayoría de sus votantes (los que les quedan, porque muchos incluso se han pasado a Fidesz), y el estancamiento de la extrema derecha (a pesar de haber moderado considerablemente su discurso, que no sus ideas), unido a la bajada de precios en servicios como el gas y electricidad a los hogares (medidas que han tenido un alto calado), y sobre todo el discurso político de Viktor Orbán y su fuerte liderazgo son las claves de sus éxitos electorales. A día de hoy no hay quien haga sombra al primer ministro.
Hace poco un amigo húngaro me comparaba a Hungría con Rusia, argumentando que la mayoría de la gente tiene una mentalidad muy conservadora, y piensa que un líder político fuerte y autoritario, con valores tradicionales, es el único capaz de sacar a Hungría de la grave crisis en la que se encuentra, tal y como ocurre en Rusia con Putin. Es por ello que el electorado le da carta blanca para hacer lo que quiera. Los que no piensan así son en su mayoría jóvenes, que o bien se despreocupan de la política o directamente se despreocupan de Hungría al haberse marchado a trabajar y vivir a otro país, por lo que su peso electoral es muy reducido. Orbán ha sabido sacarle partido al desencanto de la población con el anterior gobierno y la Unión Europea, que no han traído la prosperidad anhelada.
En cuanto a la abstención (la gran ganadora siempre), en las locales de 2010 votó tan solo la mitad de la población con derecho a hacerlo. En las últimas generales de este mismo año lo hizo un 60%, lo que nos da una idea de que no es que los húngaros se lancen masivamente a las urnas precisamente.
Lo que nadie sabe es qué ocurrirá en los próximos años. Fidesz y Orbán parecen estar tramando cambios importantes para el país, y esperan materializarlos tras estas elecciones, como se deduce del discurso de este verano en Tusnádfürdő (Transilvania), donde dijo que el modelo de democracia liberal había fracasado y son tiempos de grandes reformas para que el estado gane poder. Orbán parece partidario de seguir en la UE, pero sin hacer mucho caso de Bruselas, y girar hacia el este en busca de mercados como Rusia, Turquía, el Cáucaso o China para así no depender exclusivamente de nadie. No parece a favor de ceder más soberanía a la UE, argumentando que las competencias de cada país se discuten en casa (si es que se discuten). Parece dispuesto a una guerra con la banca y a nacionalizar totalmente el mercado energético y los servicios domésticos, con imprevisibles consecuencias. Si solo son palabras o serán futuros hechos, el tiempo lo dirá.