La seducción es un arte, una techné. Y ya hemos visto que el miedo es una de las barreras que en muchos casos debe superar la seducción, pero que, sea porque es así o porque queremos que sea así, cuando se trata de convencer, al miedo siempre lo consideramos de una categoría inferior, casi de rango despreciable -bailar con la más fea o con el más torpe por miedo a quedarnos sin baile, no es una estrategia de valientes, solo de timoratos y de los que se baten en retirada. Como ya he explicado en un artículo anterior, el PP ha optado por el miedo como estrategia -mira, no seré la más guapa o el más atractivo, pero tú ya conoces mis carnes y mis habilidades-, quizás porque saben que ya no seducen o porque la seducción requiere un esfuerzo excesivo, ellos sabrán. Sin embargo, en el panorama político actual, hay quien ha optado por ser el guapo del baile y está dispuesto a desplegar sus armas seductoras para formar un corro de admiración entorno a él -el paralelismo entre corros y círculos me ha salido casual, lo reconozco. De momento han irrumpido en el baile, pero esa atracción del novato que se presenta con aire seductor requiere una techné posterior para no perderse siendo simplemente uno más del baile. Podemos, de momento, es la guapa del baile, o el chico seductor que ha entrado pisando fuerte en la pista y que atrae todas las miradas -el movimiento de esas caderas parece algo más que sugerente-, se han anotado el primer punto, ahora falta comprobar si serán capaces de mantener el embeleso hasta la hora en que se acabe la música.
Decía Aristóteles que la techné es la acción capaz de crear o producir una realidad que antes no existía. Atentos, he dicho crear una realidad, no he dicho recrear una realidad. Lo digo como aviso para todo aquél proclive a calificar como utopía aquello que no queda al alcance de su posibilidades o de su intención -aquí la fábula de la zorra y las uvas iría de maravilla. Bien, pues hasta ahora Podemos sí que ha conseguido algo: ilusionar, desvelar un panorama deseable y prometedor que antes quizás no existía, o, dicho de otra manera, nos ha dibujado un imaginario novedoso, alternativo y deslumbrante -el chico atractivo o la chica guapa no solo ha entrado en el baile, sino que además nos ha regalado una mirada a lo latin lover Martini que promete momentos de intenso placer. ¡Quién se podría resistir! Hasta Charlize Theron sucumbió rendida. Hasta ahora Podemos ha conseguido crecer a base de crear una realidad posible al alcance de nuestras manos, seducen y están hambrientos de nuestra voluntad. Pero en algún momento tendremos que decidir nosotros, decidir si nos dejamos vencer por el miedo -y más de lo mismo- o por la seducción de una posibilidad prometedora. Y mucho me temo que, mirando hacia el futuro -el final del baile-, no será fácil mantener la atención y la tensión. La seducción siempre viene cargada con una fuerte dosis de irracionalidad y vestida con el imaginario en el que proyectamos nuestro deseo y su culminación. Así que, cuando recobremos la respiración, cuando recobremos ese punto de racionalidad antes de caer rendidos en los atractivos del seductor, las preguntas que nos surgirán serán muchas: ¿Serán capaces estos de Podemos de mantener el imaginario, las promesas y la ilusión? ¿Los chicos feos del baile no nos harán ver tretas donde ahora solo vemos promesas? ¿Y si, despojados de nuestras ropas, descubrimos que solo somos un objeto de su deseo, pero ellos no nos pueden ofrecer la culminación del nuestro?
Así pues, como en otros muchos momentos de nuestras vidas, en las próximas elecciones también estaremos ante la tensión de tener que decidir entre caer seducidos en la promesa de un horizonte ignoto o mantenernos firmes en la inmovilidad de lo conocido. La promesa o el miedo, seducción o resignación. Que cada cual asuma las consecuencias de sus decisiones, por supuesto, pero me gustaría añadir algo más: vivir humanamente tiene mucho de ilusión, de aventura y de riesgo. Aunque también es verdad que hay más parejas para este baile, parejas dispuestas a seducirnos y a ofrecernos sus encantos. La música continua sonando.