Tenemos miedo y es inevitable. Miedo a repetir historias que tan contundentemente nos devuelven las pantallas. Miedo a revivir heridas de un pasado que nos duele en las entrañas y el corazón. Miedo a que la sed de poder de algunos destruya la tierra que nos sostiene y nutre. Miedo a que quienes nos lideran nos vean más allá de sus propias narices.
Tenemos miedo. Y el miedo no se ignora, no se evita, no se tapa. El miedo es para abrazarlo, verlo de frente, escucharlo.
Tenemos miedo, porque en en nuestro ADN están gravadas las memorias de tanto dolor humano, individual y colectivo. Dolor de una historia compartida, global y local.
Es apenas esperable que soñemos con aquel Padre que nos proteja, nos guíe, nos provea, nos mantenga a salvo.
El miedo estará en las votaciones. Como lo está en la mayoría de decisiones de nuestra vida. Porque no hay tal como elegir sin emoción.
Y mientras el día llega, somos carnada perfecta para campañas que justamente apuntan a generar más miedo para podernos vender confianza.
Vendernos esperanza o seguridad, o igualdad...
Bien lo saben los publicistas.
Vendernos lo que sea que nos quite este miedo que queremos arrancarnos como sea.
El miedo no se irá a ninguna parte gane quién gane. Ningún presidente puede salvarnos. Ningún gobierno puede cumplir sus promesas y la confianza no puede comprarse.
Elegiremos como mejor podamos. Desde la consciencia que tenemos, con el miedo y tantas otras emociones a bordo.
Y seguiremos siendo el país que somos, dentro del mundo que somos y el universo que somos. Viviendo la realidad individual que vivimos, tan diferente entre unos y otros.
Quizá es momento de movilizarnos para dejar de esperar que sea un gobierno en cabeza de uno quién nos devuelva la confianza. Reconocer nuestra responsabilidad y nuestro poder, para que no todo recaiga en unos cuantos.
Dejar de poner todas nuestras imposibles expectativas en alguien afuera a quién podremos eventualmente señalar, apedrar, idealizar, exigir, culpar y admirar.
Sabernos cocreadores de una realidad en la que todos participamos, consciente e inconscientemente.
Comprendiendo que todo eso que tanto rechazamos afuera, es también un aspecto olvidado adentro.
Que esa polarización externa, surge de nuestra propia división interna.
Que así como tratamos la tierra, tratamos nuestro cuerpo,
Que eso que más juzgamos, lo hacemos cotidianamente.
Y quizá entonces las Elecciones más importantes no estarán en las urnas cada tanto, sino en nuestro día a día en cada una de nuestras acciones, pensamientos, emociones.
Con la mirada también hacia dentro, comprendiendo que finalmente no hay tal diferencia entre el adentro y el afuera.