Revista Cine
Sherlock Holmes pasa por ser uno de los personajes de ficción que más veces ha visto trasladadas sus aventuras, reales o apócrifas, a la pantalla, incluyendo la pequeña, mediana o grande, pero doméstica en cualquier caso, es decir, la televisión, pues raro es el país que no haya tenido alguna adaptación.
En este bloc de notas ya nos ocupamos hace un tiempo de la traslación del personaje a nuestros días en una excelente serie de la BBC que ha presentado dos temporadas y ya está calentando motores con la tercera que a buen seguro no defraudará a los seguidores holmesianos que se cuentan por millones, unos más conocedores que otros, pero todos igualmente atentos a las novedades.
La falta de iniciativas originales que asola la industria cinematográfica estadounidense parece haberse instalado también en la televisión, propiciada en algunos casos por la simple adaptación de originales en otras lenguas que no son entendidas por los estadounidenses y en otras ocasiones por la idea de aprovecharse del tirón de una serie excelente -como la citada de la BBC- para procurarse pingües beneficios presentando cosa semejante, que no igual.
Así, la CBS tuvo la genial idea de producir una serie protagonizada por Sherlock Holmes, modernizando el personaje, presentándolo como un hombre de nuestro tiempo. La apropiación de la idea causó disgusto en la BBC británica, como puede imaginar cualquiera, pero los estadounidenses, muy chulos ellos, no tan sólo siguieron con el proyecto adelante sino que, además, tuvieron la desfachatez de irse a Londres a buscar a su Sherlock.
Y como que iban con el piñón fijo para copiar la serie protagonizada por Benedict Cumberbatch, cabe suponer que lo primero que hicieron, nada más aposentados en Londres, fue preguntar por el actor: y entonces les dijeron que podían verlo en el teatro, representando una obra moderna, una adaptación de la novela de Mary Shelley, Frankenstein, adaptada y dirigida por Danny Boyle:Cumberbatch representaba un día al doctor Victor Frankenstein y al día siguiente a la Criatura, alternando sucesivamente los papeles con otro actor, Jonny Lee Miller. La obra permaneció durante tres meses en el National Theatre de Londres, obteniendo gran éxito, y los estadounidenses de la CBS volvieron a los USA con el contrato firmado por Jonny Lee Miller comprometido a representar Sherlock Holmes para los americanos.
No sé si ocurrió exactamente así, pero no creo en las casualidades ni en las coincidencias cuando hay mucho dinero en juego. Los británicos, a todo esto, claramente cabreados por el doble robo, de idea y de actor. En fin...
La CBS en un alarde de idocia creyó que bastaba con copiar la idea y que luego podía olvidarse de Conan Doyle e incluso de toda la pléyade de escritores que con mejor o peor fortuna han seguido con las aventuras del personaje; la virtud de Steven Moffat y Mark Gatiss, que adaptan al siglo XXI lo que escribió Conan Doyle, se halla ausente del ánimo de Robert Doherty que es quien aparece como "creador" de una serie que se ha titulado Elementary y que tiene del ambiente holmesiano tanto como cualquier otra serie detectivesca al uso de las cientos que pueden verse en la historia de la televisión: nada.
Para distinguirse como innovador, el amigo Doherty se saca de la manga un cambio de sexo y convierte en doctora a Watson, representada por Lucy Liu: de una tacada complacen a las espectadoras y además a las minorías étnicas.
Este Sherlock sigue siendo británico, eso sí: está en Nueva York para alejarse de Londres, donde ha tenido problemas con las drogas y ha pasado seis meses rehabilitándose en USA. Una excusa tan mala como la que sustenta su relación con el capitán de la policía metropolitana al que conoció en Londres a raíz de las pesquisas que con motivo del 11-S condujeron al policía a tierras británicas.
Un desatino inicial que ya no abandona la serie, falta de lógica y de seriedad, en una repetición de los modos insultantes para una tradición cultural que demanda un poco de respeto: hay una fuerte sensación de desconocimiento del personaje semejante a la que se produce viendo los sinsentidos de Ritchie.
Las tramas revisten la complejidad propia de cualquier episodio típico de una policial o detectivesca al uso y para ese camino no hace ninguna falta vestirse de Sherlock: con seguridad rehacer los episodios cambiando los nombres y algún pequeño detalle permitiría presentar la serie sin dar esa sensación de producto mal acabado, precisamente porque el personaje de Sherlock -y también Watson- por mucho que Doherty lo intenta no aparece por parte alguna, salvo el muy efectivo acento británico del protagonista.
El Sherlock de Doherty parece un niño rico malcriado, un yonquie afortunado porque papá le protege, pero se halla ausente del personaje esa pulsión tan holmesiana de ocupar sus neuronas con enigmas difíciles de resolver y la personalidad del carácter, en este caso, se halla difuminada y desleída en una adaptación simplista y débil, como endeble resulta la forzada reconversión del personaje de Watson, que podría conllevar una soterrada lucha intersexual y que acaba en una falta de química y compenetración que quizás se arregle en futuros episodios pero que desde el inicio se muestra mal diseñada.
Si a ello le unimos que la producción se adivina como muy económica, sin grandes medios, el resultado deja bastante que desear.
Por mucho que la CBS haya conseguido su emisión después de la final de fútbol americano, momento de la máxima audiencia en los USA, esta serie no hace más que alimentar el ansia de ver la tercera temporada de la producción de la BBC.
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