Revista Cultura y Ocio
El blues
Anoche, al ir acabando el último episodio de una serie que me ha gustado mucho, Elementary, con un Sherlock Holmes al hilo de los tiempos, con un Watson femenino y con Nueva York en lugar de Londres como centro de operaciones, sonó Me and the devil, la pieza maestra del blues del breve maestro Robert Johnson. No estamos hechos de otra cosa que de dolor: el dolor mueve las palabras, ensucia el pensamiento, atrinchera su garfio cabrón en las dulces estancias del sueño y te levantas con el pecho abierto, encallecida el alma, notando el peso inconmovible de la sangre rota; el dolor acompaña las fiestas de cumpleaños, escolta la juventud al tedio, se manifiesta en la música y troca el arpegio más emotivo en ruda música de fondo; el dolor cubre los cuerpos de los amantes mientras se entregan a la celebración horizontal de la carne; el dolor empuja el feto a la luz; el dolor mueve el corazón y también las estrellas; el dolor es el itinerario exacto de las horas; el dolor discute con el tiempo la autoría de nuestros quebrantos; el dolor zanja a cuchilladas las pasiones; el dolor se anuncia en el neón fugaz de las once de la noche; el dolor acude sin que se le llame; el dolor azuza la tristeza; el dolor corrompe las metáforas; el dolor amarillea los recuerdos; el dolor percute la noche como un taladro melancólico; el dolor mancha el traje del domingo; el dolor asfixia la luz en los rincones; el dolor es un blues.
La coda del blues
Como escribía aquí un amigo “el dolor mueve más hilos que el amor, y eso sí que duele”. Eso es: la letra de un blues. Voy a llamar a Robert Johnson antes de que algún marido afrentado lo defenestre.Voy a pensar en que el lunes no es doloroso. Nunca lo son. Lo que duele es la sensación de empezar otra vez. De que hay que ir aplazando las festividades que nos concedemos porque la realidad, la terca, la infame a veces, se obstina como solo ella sabe en importunarnos con asuntos que en las más de las ocasiones no son de nuestra incumbencia, aunque debamos realizarlos. A un alumno, hace años, le conté una historia parecida a ésta: debes hacer lo que no te gusta con el mismo ardor que haces lo que te gusta, le vine a decir. Supongo que lo hice con convicción porque se aplicó y logró el esmero que yo le pedía en disciplinas que no era del todo de su agrado. Me pido yo ahora una voz que me persuada del mismo empeño. Que me diga que hay que esmerarse en las labores casuales, en las que no te suponen un placer especial, y solo luego así poder disfrutar de las verdaderas altas y nobles, las que te hacen izarte como un pequeño dios en su pequeño minufundio de placeres y de vicios. Los míos son de alta gama. Como los de cualquiera. Anoche, escuchando el blues, pensé en que el dolor es necesario. Sin él, no hay sensación de que el placer sea tan bueno como en verdad es. Elemental, por otro lado. Hoy me he levantado con una elementaridad escandalosa.