Revista Diario
La primera vez que entró en la consulta traía la risa en los ojos, a pesar de su dolor. - Ay, churri - me decía, con un acento marcadísimo del norte - Que esto me está matando. A medida que iba oyéndole contar su historia, la sospecha se iba haciendo más y más grande. Le pedí unas pruebas que confirmaran lo que temía. - Ay, churri - me decía, con una sonrisa, cuando contesté sinceramente a sus preguntas - Que de peores cosas he salido. La ingresaron para hacerle una biopsia que puso etiqueta a un tipo de cáncer. Y un TAC que reveló que estaba mucho, mucho más avanzado de lo que nos temíamos. Ayer fui a verla a la planta para ajustarle el tratamiento de dolor crónico. - Ay, churri - me dijo, al verme abrir la puerta - Qué ganas tenía de verte. Se me está quedando corta la pastilla. A ver si me la subes un poquito. Hablamos un rato. Yo tenía que irme y le dije: - Mañana vengo de nuevo. A ver cómo te va con la subida de la medicación. Ella asintió sonriendo: - Que tengo que ganarle al cáncer. Y con dolor, no se puede - y me tiró un beso. Hoy, cuando he llegado, estaba sentada mirando por la ventana. Ausente en la inmensidad del mar. - Ay, churri - me saludó, cuando se dio cuenta de que yo estaba a su lado - Que mi ex se ha llevado a los niños. Que dice que con "esto" no puedo ocuparme de ellos. Y lo peor es que tiene razón. Cuando me miró, su sonrisa perenne se había apagado. Y es que hay dolores para los que el tratamiento no sirve.