Edición: Errata naturae, 2014 (trad. Regina López Muñoz)Páginas: 64ISBN: 9788415217701Precio: 10,50 €Hay libros que por su singularidad, tanto temática como estilística, no entrarían (casi) nunca en el catálogo de una gran editorial; no porque el editor no los aprecie, sino por estar destinados desde el principio a un sector minoritario del público, lo que reduce notablemente ese valor llamado rentabilidad. Por eso son tan importantes las editoriales pequeñas e independientes que, poco a poco y sin demasiado ruido mediático, llenan el mercado de propuestas alternativas que enriquecen la oferta, como esta Élisa(2003): su brevedad (sesenta páginas escasas), el autor inédito hasta ahora en castellano y la narración tranquila la convierten en una rara avis, aunque a los seguidores de Errata naturae ya no nos sorprende porque sus editores parecen tener un don para encontrar exquisiteces de este tipo, como ya demostraron en su momento con Hace cuarenta años, de Maria van Rysselberghe, y Karl y Anna, de Leonhard Frank.El relato de Élisa narra una experiencia vivida por el autor. Jacques Chauviré (1915-2005), un médico francés que compaginó su profesión con la escritura, empezó a publicar a finales de los cincuenta y recibió elogios de literatos como Albert Camus. No obstante, Élisa no se corresponde a esta etapa, puesto que se editó en 2003, cuando Chauviré ya tenía ochenta y ocho años y estaba bastante alejado del mundo literario, después de casi dos décadas de silencio. No en vano, la nouvelle conecta la infancia con la vejez, como si de algún modo el narrador completara un círculo vital a partir de un episodio en apariencia anecdótico. Esta obra le valió el aplauso de los libreros e impulsó el redescubrimiento de su producción previa.La acción de Élisa comienza en 1920, cuando el protagonista, apodado Vanvan, tiene cinco años y se enamora de Élisa, la joven criada recién llegada a la casa de campo de sus abuelos. Lo extraordinario de esta nouvelle es la constatación de que solo un niño puede ver a la sirvienta con esos ojos y acercarse a ella con un descaro que la vergüenza del sentido común de los adultos (o de un muchacho con unos años más que Vanvan) cortaría de raíz. El pequeño tiene su forma particular de entender el mundo y, aunque el autor no pretende emular la voz infantil (el libro está narrado desde el presente de un Jacques Chauviré anciano), sí que consigue recrearla como recuerdo, como una imagen vivaz de algo que dejó huella en él. La franqueza de la niñez, las descripciones del descubrimiento del cuerpo femenino y el buen uso de los silencios narrativos conforman el universo que Chauviré recrea en estas pocas (pero intensas) páginas.La fascinación por Élisa, por otra parte, no es una mera casualidad: ella supuso un rayo de luz en el ambiente gris del hogar, con una madre rota tras la muerte de su marido en el frente. El protagonista no llegó a conocer a su padre, pero sufre su pérdida porque los adultos la evocan con frecuencia. El detalle más significativo es que, pese a inscribirlo en el registro como Jacques, decidieron bautizarlo como Ivan en honor a su progenitor (¿hay alguna estampa más triste que un niño aprendiendo su nuevo nombre en estas circunstancias?). De este modo, la novela sirve a su vez como aproximación a los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial. En este contexto, resulta fácil comprender la frescura que Élisa aportó al día a día de Vanvan; ella encarna el motivo literario del forastero que llega y, sin quererlo, lo revoluciona todo.
Jacques Chauviré