Revista Opinión
Las declaraciones por parte de las dirigencias de la Concertación, donde afirman haber resuelto una apertura a más participación, denotan el arraigado elitismo en las organizaciones supuestamente promotoras de la igualdad.
No hay nada más elitista que decir: hemos resuelto abrir más espacios de participación. En esa frase, queda implícito que el debate y las decisiones siguen siendo un espacio exclusivo, controlado por unos pocos caudillos, que a su antojo, abren o cierran la entrada al campo político, según sus necesidades contextuales. La ley de hierro de la oligarquía, se hace manifiesta.Lo irónico es que este elitismo se produce en organizaciones que supuestamente proclaman más igualdad, participación y pluralismo.No obstante, aunque la mayoría de los líderes y sus más férreos seguidores nieguen tal elitismo en dichas organizaciones, en la práctica éstas conllevan un supuesto elitista del que no pueden escapar jamás, creer que la mayoría de los ciudadanos es incapaz de “conocer sus intereses reales”. Lo que se camufla con la idea de poseer mayor conciencia moral, revolucionaria, popular, altruismo, compromiso, vocación de servicio o sacrificio, y un largo etc.Entonces, aunque la mayoría de los caudillos plantea confiar en las personas apelando constantemente a entelequias colectivas, siempre consideran que sólo ellos -y sus camarillas- conocen las verdaderas necesidades del resto, y por tanto que son los únicos aptos para aportar al debate político y público. Sólo ellos y sus cercanos pueden ser representantes. Elitismo puro. Bajo esa lógica la única facultad política de los ciudadanos es darles la venía –con el voto- para luego cumplir con su principal deber, obedecer. Por eso no es extraño que incluso organizaciones que claman por la participación y la igualdad, le nieguen sistemáticamente a los ciudadanos, el derecho a decidir en diversos temas. Ejemplos de ello hay muchos. Lo más irónico de esta lógica, es que cuando el elitismo está más anquilosado en una organización y comienza a debilitar su poder, son las propias élites las que llaman a acabarlo en pro del pluralismo. Una señal clara de que el elitismo fagocitó toda legitimidad de las élites mismas.El problema es que ese elitismo es reproducido sistemáticamente por los ciudadanos, lo que se traduce irremediablemente en una especie de feligresía generalizada y dogmática hacia ciertos líderes, tremendamente perjudicial para desarrollar un debate político y público abierto y plural. Es decir, para la democracia. Así, mientras algunos ciudadanos proclaman su oposición al autoritarismo y el elitismo en ciertos temas o áreas, no escatiman en defender a destajo –casi de forma autoritaria- el elitismo institucionalizado y casi monárquico de sus caudillos favoritos. Es decir, mientras proclaman una actitud crítica ante el poder, en base a un supuesto pensamiento progresista, pluralista y democrático, descartan a priori, de manera dogmática, cualquier crítica a sus caudillos, sus camarillas, sus paradigmas y organizaciones. Sobre todo si están en el poder. Un elitismo igualitario.Es más, muchos proclamados progresistas e igualitaristas, sin siquiera tener alguna cuota de poder o sin ser parte de la camarilla, se creen con la facultad de discernir a priori, sin discusión mediante, qué ideas son o no aportes al debate público. Nada más elitista y conservador que eso.