Revista Cultura y Ocio

Ella en la otra orilla - Mitsuyo Kakuta

Publicado el 21 abril 2020 por Elpajaroverde
"Me pregunto hasta cuándo seguiré siendo yo".

Una frase. Un mundo. O dos.

"Me pregunto hasta cuándo seguiré siendo yo". Esta es la primera frase de la novela que hoy os traigo. También es el primer párrafo, así que me detengo en ese primer punto y aparte. Hasta cuándo seguiré siendo yo. Es un entrecomillado también en el original porque refleja un pensamiento. Los pensamientos son eso que nos decimos a nosotros mismos pero también eso otro que les decimos mentalmente a los demás y por tanto no verbalizamos y así, claro, no hay manera de que esos demás se enteren de lo que nos gustaría decirles. Habrá más entrecomillados en este libro. No será por tanto este el único pensamiento con el que me encuentre.

"Me pregunto hasta cuándo seguiré siendo yo", leo, y me quedo pensando. Me pregunto: ¿a) tiene miedo la persona que se interpela de dejar de ser ella o b) acaso muestra exasperación por seguir siéndolo? Sigo leyendo para salir de dudas. Opción correcta: b). Salgo momentáneamente de la lectura y no necesito hacerme la pregunta pues hace ya tiempo que tengo la respuesta.

Ella en la otra orilla - Mitsuyo Kakuta

Es Sayoko quien se hace esa pregunta y se la hace mientras está en un parque observando jugar a su hija. Tal vez quisiera hacerle la pregunta mentalmente a su hija. Tal vez si su hija dejara de recordarle tanto a ella sería un poco como si a través de la niña hubiera conseguido por fin dejar de ser ella misma. Una especie de triunfo.

La pequeña Akari tiene tres años y juega sola. No tiene amigos. En una de esas tardes de parque hay un par de niños jugando juntos en el arenero un poco más allá de donde ella está. Ansía unirse a ellos pero es incapaz de acercarse, no al menos de una forma natural. A su madre, Sayoko, también le costaba hacer amigos. Ahora vaga tarde tras tarde de un parque a otro incapaz de sentirse cómoda dentro de ninguno de los grupos de madres que los frecuentan. Dejó de trabajar por decisión propia cuando se casó. El ambiente de trabajo se había enrarecido en los últimos tiempos y una cosa llevó a la otra. Ahora piensa que tal vez sería buena idea buscarse un trabajo. Así tendría más posibilidades de sociabilizar y de hacer amigas.

Aoi bien podría haberse preguntado muchas veces durante su adolescencia hasta cuándo seguiría siendo ella. Si se piensa bien, la pregunta es toda una declaración de no gustarse a uno mismo. Aoi no debe de gustarse mucho cuando se culpa, cuando piensa que hay algo que no está bien en ella. Sufre bullying en su escuela y consigue convencer a sus padres de que se muden para poder partir de cero en un sitio donde nadie la conozca. Así que se trasladan de Yokohama a la prefectura de Gunma de donde es originaria su madre, un lugar más provinciano al que esta nunca pensó que volvería.

Me estoy adelantando, aunque en realidad estoy yendo hacia atrás en el tiempo, pero es que a Aoi no la conocemos de adolescente sino cuando es una mujer afincada en Tokio en torno a los treinta y cinco años, edad que cuenta Sayoko pues, aunque por entonces no se conocían, ambas pisaron los mismos pasillos, tal vez incluso llegaran a cruzarse en algún momento cuando estudiaron en la misma universidad.

Aoi ha dejado de ser la adolescente burlada y acosada por sus compañeros y ahora es la propietaria de una empresa de viajes a la que va a incorporar un servicio de limpieza para el que quiere contar con Sayoko. El hecho casual de haber estudiado en la misma universidad parece crear un conexión inmediata entre ambas mujeres cuando Aoi entrevista a Sayoko para la vacante de empleo. También ayuda el carácter extrovertido y seguro de Aoi que parece hacerlo todo fácil.

Aoi me recuerda a Nanako, esa que pareciera que "en lugar de centrarse en las cosas que le desagradaban, trataba de poner el acento en lo que sí le gustaba. En lugar de manifestar sus fobias, sólo hablaba de sus filias. En lugar de decir que era incapaz de hacer algo, insistía en lo mucho que le gustaría hacerlo y, si en alguna ocasión se enfadaba, lo hacía de tal modo que los demás terminaban por reírse"; esa a la que poco le importaba lo que la gente dijera sobre ella pues "lo que la gente dice sobre mí... en realidad lo dicen sobre ellos mismos". Pero las apariencias son eso, apariencias, porque por dentro van esos entrecomillados que acallamos y nadie escucha. Esos que si alguien escuchase tal vez se sorprendería al descubrir lo mucho que se parecen a los suyos propios, o más que sorprenderse se asustaría y nos rechazaría por ello, porque nadie quiere verse descubierto ( ese yo que sigo siendo desnudo ante los demás, expuesto a los ojos escrutadores y al dedo señalador del grupo), mejor pasar desapercibido y que se fijen en otro. Los otros y yo: todos tan parecidos y sin saberlo; o tal vez todos diferentes y renuentes a aceptarnos.


La Aoi adulta me recuerda a Nanako y Sayoko me recuerda a la Aoi adolescente. Y aquí habría que preguntarse cuánto distamos del adolescente que fuimos, "siempre esforzándose (esforzándonos) por ir a alguna parte para volver sin remedio al punto de partida".

"¿Por qué no podemos elegir nunca por nosotros mismos [...]? [...] A lo mejor parece que lo hacemos, pero es sólo una ilusión. Ni siquiera elegimos el camino que recorremos con nuestros pies. [...] ¿Para qué crecemos? Cuando nos hacemos mayores, ¿podemos decidir algo por nosotros mismos? ¿Podemos escoger el camino que nos parece oportuno sin perder por ello a la gente que queremos?"
"Se daba cuenta de que no había logrado nada, pero había algo más oculto entre sus sentimientos. La mujer depresiva atrapada en el círculo vicioso de errar de parque en parque había decidido hacer un cambio en su vida, ponerse en pie, empezar de cero, luchar para sentirse parte de algo más grande que ella, más importante, luchar junto a las demás mujeres, aprender de sus errores, de sus aciertos, dar forma a lo que se traía entre manos, lenta pero segura. Eso era mucho más importante para ella que cualquiera de las dudas que su marido le planteaba sobre la oportunidad o no de su trabajo".

Nanako (aún no la he presentado) es también una adolescente a la que Aoi conoce en su primer día en su nueva escuela. A lo largo de esta novela iremos conociendo en capítulos alternos la relación que se forja entre Sayoko y Aoi y entre Aoi y Nanako hasta que ambas historias confluyan en el final.

Ella en la otra orilla es una historia de soledad y de seres solitarios, así como del miedo que nos provoca la idea de estar solos. "En algún momento de nuestras vidas nos han metido en la cabeza la idea de que los niños que tienen muchos amigos son listos y alegres, mientras que los que no los tienen son torpes y sombríos" pero, tal vez, lo realmente importante sea "encontrar una razón que disipe el miedo a la soledad, en lugar de tener montones de amigos que sólo sirven para maquillar ese temor".

También habla sobre la búsqueda de esa felicidad que perseguimos constantemente sin saber en realidad lo que queremos.

"Nunca fuimos a ninguna parte -dijo Nanako con un suspiro. -Me pregunto a dónde queríamos ir en realidad".

Y es además una novela sobre la amistad, diferenciando entre esa amistad auténtica que nos permite ser nosotros mismos, que nos hace sentirnos poderosos e invencibles, capaces de afrontar cualquier cosa, que nos asusta también por la exposición, por la cercanía, por el compromiso, por la posterior pérdida, y esa otra más falsa o interesada que se basa en las circunstancias comunes.


Si tuviera, no obstante, que elegir un único tema entre todos los que toca este libro, diría que Ella en la otra orilla es una novela sobre lo que supone crecer, sobre analizarnos, aceptarnos y seguir adelante.

"¿De qué había servido cumplir años después de todo? ¿Para esconderse en su mundo a medida que se cansaba de la gente? ¿Para buscar excusas todo el tiempo, como que tenía que ir al banco, a recoger a su hija o preparar la cena, y poder así cerrar la puerta tras de sí?"
"¿De qué habían servido todos estos años? No para esconderse en su diminuta existencia y cerrar la puerta tras de sí, sino para salir al encuentro del mundo, para conocer a otra gente, para caminar por propio pie hasta lograr sus objetivos".

De fondo a todo lo que he enumerado está la problemática a la que han de enfrentarse día a día las madres trabajadoras. Sayoko no se siente apoyada por su esposo cuando decide volver a trabajar. La minusvalora porque no considera su puesto de trabajo importante y le reprocha que descuide los quehaceres domésticos. Su suegra también la cuestiona y no ve con buenos ojos que deje a Akari en la guardería mientras trabaja. En las mujeres de la generación de Sayoko hay una clara división y animadversión, como si hubiera madres de clase A y de clase B según estas se dediquen plenamente al hogar y los niños o además de eso trabajen fuera de casa. Es una novela con gran presencia femenina en la que los personajes masculinos quedan en un segundo plano. Entre estos últimos encontramos al marido de Sayoko, que genera una clara antipatía, si bien es cierto que está retratado de manera parcial; un personaje ambiguo del entorno laboral de Aoi y Sayoko; y el padre de Aoi que, aunque en un discretísimo tercer plano, cobra en un punto de la novela su cota de protagonismo teniendo un auténtico y merecido momento de gloria.

La prolífica y multipremiada Mitsuyo Kakuta es una de las escritoras más vendidas en su país. Para mí era una completa desconocida hasta que supe hace unos meses de esta novela. La comencé a leer con curiosidad. Continué dejándome arrastrar no sé muy bien por qué. A ratos me parecía una lectura ordinaria salpicada de tanto en tanto por párrafos de esa belleza pura y tranquila tan característica de la prosa japonesa. Cada vez iban siendo más, sin embargo, los momentos de epifanía con los que me iba encontrando. No es la primera vez que os cuento que la literatura japonesa es para mí como esa lluvia fina que nos va calando de a poco. Me reitero una vez más para deciros que la apenas perceptible cadencia pluvial de esta historia ha hecho que llegara a su fin dándome cuenta de que la joven Aoi y la mujer Sayoko llevaban tiempo lloviendo en mí.

Los días previos y posteriores al que redacto el primer borrador de esta entrada me acompaña como lectura La campana de cristal. Pocas horas después de guardarlo y cerrarlo retomo esa por entonces mi lectura actual y me encuentro con unas frases que hacen que al día siguiente cambie el final de esta reseña (la verdad que no me había convencido mucho cómo había quedado). Sylvia Plath me ha confesado: "Mi árbol favorito era el sauce llorón. Yo pensé que debían de haberlo traído del Japón. En Japón entendían las cosas del espíritu". Y yo la leo y pienso en un sauce que llora libros y lluvia. Así que sigo sin tener claro si los premios, ventas y fama de Mitsuyo Kakuta son merecidos o no, pero sí siento profundamente que la japonesa que es entiende muy bien las cosas del espíritu.

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