En la vida encontramos personas que son inmunes al paso del tiempo. Risas sin complejos de almas que desean volar sin límites. Terremotos que nos contagian su energía, dejando, por el camino, víctimas inocentes que tuvieron la mala suerte de cruzar su mirada con ellas.
Ellas son la señal de que tenemos que desterrar, ahora y para siempre, la palabra destino, de que somos nosotros quienes marcamos nuestro camino. La prueba irrefutable de que Dios no existe, pues ningún ser superior dejaría a nadie tan poderoso a su libre albedrío.
Caminan por la vida sin darse cuenta de todo ello, sin ser conscientes de que sus suspiros cambian la realidad cada vez que la aguja de los segundos marca una cifra impar. Son la tempestad y la calma que la preceden, y al mismo tiempo los brazos dónde buscarías auxilio cuando todo fuese mal.
Son el sentimiento de nostalgia que queda tras cada despedida, el lloriqueo de un niño al que los Reyes Magos no le han traído lo que ha pedido, son la desesperación de un corazón derruido que pugna por reconstruirse sin éxito. Son vidas que dejan desazón a su paso, son almas para las que no existen reglas, usos o costumbres.
Historias que te voltearán el corazón al abrir los ojos y encontrarlas. Caricias tímidas, nerviosas e inconclusas. Rezos al tiempo para que no continúe su marcha, son rezos, rezos, que caerán en saco roto. Son plegarias que nadie responderá.
Almas coherentes e incoherentes, luces oscuras que susurran gritos tras batallas que nunca se llegaron a desarrollar, pero que dejaron tantos heridos como la más cruel de las guerras.
Versión en vídeo
Carmelo Beltrán@CarBel1994