Modista de profesión, Ellen Curtis debía de tener muy claro que no quería llevar un vestido que pasara desapercibido.
En aquella época, ser modista te colocaba en una posición ligeramente aventajada a la hora de lucir un vestido único en un día tan especial. Ellas tenían acceso a las mejores telas y, además, con sus conocimientos podrían confeccionarse el vestido con el que cualquier joven soñaría.
También es cierto que las modistas en esa época eran mujeres de clase media que luchaban y trabajaban muchísimas horas para conseguir pagarse un traje para ellas mismas.
En muchos casos mujeres emprendedoras que luchaban por conseguir una base de clientes fiable que adquiriera sus diseños, y que, teniendo en sus manos los mejores tejidos del mundo, en pocas ocasiones ellas podrían adquirir la carísima materia prima que hacía falta para realizarse un traje para ellas mismas.
Algunas tuvieron el éxito suficiente como para contratar a un equipo de costureras, y otras incluso pudieron viajar periódicamente a Nueva York y Europa para comprar telas y adornos.
Ellen Curtis llevó efectivamente un precioso vestido confeccionado por ella el día de su boda con Louis A. Scott, en abril de 1879.
El estilo del vestido es elegante, y se nota que dedicó muchas horas a estudiar las tendencias de moda del momento.
Aunque Curtis no hizo su vestido tan estrecho como ya empezaba a llevarse en esos años, la silueta es decididamente más delgada que la de Virginia Palmer Reynolds, por ejemplo, cinco años antes, de la que os hable hace unas semanas.
Al final de la década de 1870, las faldas se ajustaban con una especie de cintas cosidas en la parte posterior. El resultado era una silueta tan estrecha que las mujeres se vieron obligadas a caminar con pasos cortos.
Estas faldas fueron muy criticadas, ya que impedían a las mujeres sentarse y hasta caminar con libertad, haciéndolas parecer totalmente ridículas.
Curtis diseño su vestido a partir de dos telas de seda en un esquema monocromático, jugando con las texturas de los dos materiales.
El alto escote no sólo era elegante, sino muy apropiadamente para una boda en la iglesia católica romana de San Pablo.
El vestido, posiblemente, habrá servido más adelante a la modista para enseñar a sus clientes sus habilidades como costurera y diseñadora
Seguro que les habría impresionado con su elegancia, ya que el corpiño y los puños, con cierto aire militar, eran elementos de diseño frecuentemente, vistos en ilustraciones de moda contemporánea.
Vamos avanzando en la historia del vestido de novia, y en breve darán comienzo algunos cambios muy interesantes. De momento, seguimos disfrutando con la moda del S.XIX.