Acercarse al génesis de las cosas no significa preguntarse por su causa, ni siquiera advertir si tienen causa las cosas. Acercarse al génesis, como presupuesto de la creación, significa despojarse de todo lo que es impuesto, apartarse de todo lo corrosivo y acorazarse frente a lo invasivo. Por ello, la ingenuidad, como lo que nos hace estar junto al génesis, no es principio, sino conquista; no es privación, sino condición.
No es extraño, en este sentido, que los grandes ingenuos de nuestra historia, como Parsifal, Aladino, Prometeo o Jesucristo, hayan sido los grandes resucitadores de mundos que creíamos olvidados y de aventuras que pensábamos propias de dioses. El ingenuo, precisamente por morar junto al fuego de las cosas o desafiar mirando al sol, es el verdadero amante de los hombres y del conocimiento, aquel capaz de abrirse paso haciendo suyo lo que es de nadie y, como Eros en pleno éxtasis, batiéndose por terreno inexplorado.