Ayer, tras una tarde encerrado en la soledad de mi despacho, llamé a Peter. Necesitaba saber de él. Echaba de menos los cafés, a media a tarde, en El Capri. La última vez que me dejé caer por el garito fue una semana antes de Nochebuena. Recuerdo que Peter estaba mal. Mal porque sentía nostalgia por los tiempos gloriosos. Tiempos donde El Capri era toda una institución en el pueblo. Y tiempos donde él era un roquero alto, guapo y con dinero. Un roquero, como les digo, con chupas de cuero, botas con hebillas y chapas de Loquillo. Recuerdo el día que conoció a María. Fue una noche de primavera, una noche de esas que el tequila corre por las venas. Ella frecuentaba el garito los sábados de madrugada. Era una mujer madura, separada y con piedras en la mochila. Una mujer de la vida. De esas que tienen verborrea, fuman cosas prohibidas y dicen palabrotas. Fue amor a primera vista. De esos que encienden las pupilas y se sienten las hormigas.
El día de la inauguración, El Capri estaba abarrotado. Tanto que los clientes se rozaban los unos a los otros. Eran roces disimulados, roces que encendían cientos, y cientos, de bombillas apagadas. El humo se entremezclaba con el olor a sudor que desprendían las busconas. Eran busconas, mujeres de la noche. Mujeres con ganas de pasarlo bien. Mujeres con ganas de olvidar, por un instante, las verdades de la vida. De fondo, sonaba la música de Alaska. Música que ponía en valor las nuevas brisas postfranquistas. En la pista, el banquero y la mujer del jardinero bailaban y cantaban. Cantaban aquello de "a quién le importaaa, lo que yo hagaaa, yo soy asííí y nunca cambiaaaaré". Era un ambiente sucio. Sucio por la tentación y el goce. Y sucio por las miradas de deseo. Miradas de ojos malheridos, despechados y hambrientos de venganza. Peter estaba pletórico. Lucía una camiseta de los Rolling, patillas pobladas y dientes amarillos.
Peter está apagado. Apagado como una vela después de una procesión de Jueves Santo. Me dijo que está muy preocupado. Preocupado por si después de la pandemia no vuelven, a su nido, las viejas golondrinas. Y preocupado porque no sabe si sus riñones resistirán la sequía de su huerto. Tanto que se alimenta a base de fideos, lentejas y patatas. Nada de chocolate, ni de carne roja. Ni siquiera una buena loncha de jamón serrano con pan y aceite. Me dijo que el otro día, pasó la tarde remendando calcetines. Calcetines, eso sí, cada uno de un padre y una madre. Pero, al fin y al cabo, calcetines. Me pidió si le podía prestar trescientos euros para pagar el autónomo. Me vino a la mente, el día que él me prestó "veinte mil duros" para hacer frente a una deuda de mi padre. "Por El Capri - le dije - lo que haga falta". Hablamos del Covid, del maldito bicho y del daño que está haciendo al siglo XXI. Peter es un tipo fuerte como su padre. Su padre era el tío Pedro. Recuerdo que, todos los días, tomaba café en el bar de su hijo.
Por Abel Ros, el 5 febrero 2021
https://elrincondelacritica.com/2021/02/05/elogio-a-peter/