Ayer, presenté "Desde la Crítica", mi segundo libro. Lo presente en Callosa de Segura, el pueblo que me vio nacer. Y lo presenté rodeado de familiares, amigos y conocidos. Me sentí, la verdad sea dicha, contento y orgulloso. Contento porque noté, desde un primer momento, que la gente estaba feliz. Orgulloso porque ahí, entre el público, estaban dos personas importantísimas en mi vida: mi hija y mi mujer. Las dos personas que siempre me han apoyado cuando escribía y nadie me leía, cuando hablaba de mi blog y nadie me entendía. Y las dos que siempre estuvieron ahí cuando estaba moribundo en el rin de la pelea y nadie me cogía. Fue un día, la verdad sea dicha, alegre y triste a la vez. Alegre porque era algo grande para mí. Triste porque coincidió el mismo día que falleció Rubalcaba. Una muerte de alguien grande, y necesario, para entender la socialdemocracia. Alguien con más luces que sombras y que la historia, estoy seguro, que pondrá en su lugar.
En el año 2011, decía ayer en el coloquio que hicimos durante la presentación de mi libro, Rubalcaba cogió el testigo del postzapaterismo. Lo cogió en tiempos de indignación, en tiempos difíciles, por el decretazo de José Luis. Y lo cogió sin tener necesidad. Recuerdo que escribí "el último error de ZP", un artículo que criticaba duramente el liderazgo de Alfredo. Lo critiqué porque Rubalcaba fue parte de los logros y fracasos del felipismo y el zapaterismo. En su mochila cargaba con las piedras del "caso Faisán", sus tensiones con Chacón y el estigma de haber sido siempre un segundón. Aquella decisión fue un suicidio político para él. Un suicidio socrático pero al mismo tiempo digno de admiración. Y lo fue, como dije ayer en la presentación, porque ese gesto lo glorificó como hombre de Estado. Cogió el tallo de una rosa marchitada y la empuñó como socialista de pedigrí. Sacrificó su relato a cambio de una mancha en la solapa y ello, queridísimos amigos, es motivo de reconocimiento y admiración.
Alfredo fue algo más que el señor que fraguó el final de ETA. Y digo "algo más" porque fue, más que un político, un pedagogo de la política. Hizo pedagogía de los recortes. Y asumió la difícil tarea de explicar a la sociedad por qué su jefe - Rodríguez Zapatero - aprobó unas medidas "de derechas". Medidas que empobrecieron, y enojaron, a la clase media. Alfredo supo hablar flojito cuando todo el mundo alzaba la voz en el asfalto. Y supo, queridísimos lectores, hablar sin discursos preparados, ni papeles en la mesa. A Rubalcaba le faltó convertirse en un campeón. Su partido, militantes y simpatizantes no se portaron bien con él. La abstención y el castigo a ZP lo pagó él. Y lo pagó, claro que sí, porque no pudo atesorar una victoria electoral. No pudo conseguir la credencial que le quitara, de una vez por todas, el manto de segundón. Aún así, la gente no es tonta. La gente sabe cómo funciona el poder. Y arriba, en la cima, la mayoría de las veces no están los mejores sino los adecuados. Él, en eso, era de los primeros.