Revista Opinión

Elogio de la equivocación

Publicado el 08 enero 2016 por Pelearocorrer @pelearocorrer

Nada tan delicioso como equivocarse. A través del error somos de carne y hueso, imperfectos y en constante construcción. El acierto, la razón, la exactitud, lo absoluto no existen en el día a día; lo cotidiano está plagado de desaciertos, impulsos, inexactitudes, fragmentos. En la medida en que aceptamos la equivocación somos más ligeros. Hay que ser ligero y profundo en oposición a pesado y superfluo.

No hay que temerle a la equivocación. Equivocarse es demostrar que uno está en el camino. Equivocarse hablando, escribiendo, cocinando; equivocarse jugando, discutiendo, pensando; equivocarse en soledad o equivocarse acompañado. Los errores son la paleta donde vamos ensayando el color de la vida. Así, nuestros errores dicen más de nosotros que nuestros aciertos; el que acierta se envilece y el que yerra se formula preguntas, se cuestiona, se coloca del otro lado. Frente al estatismo del que acierta hay que equivocarse para no dejar nunca de moverse, el movimiento es la meta.

Desde el colegio nos tratan de convencer de la importancia del acierto. Hay que acertar en todo, decir la respuesta correcta y temer la equivocada; el miedo al error nos paraliza porque sabemos que después de la equivocación viene la reprimenda, el castigo, la marca, y a continuación la soledad. Nada teme más un niño que quedarse solo, expuesto al mundo, excluido. El niño siempre quiere acertar y así ser aceptado, su búsqueda de aceptación es una promesa de seguridad. A medida que vamos creciendo encontramos en el error un cobijo, aceptamos que la soledad del error es el único lugar donde poder huir. Equivocarse es huir. Equivocarse es finalmente ir construyéndose uno su propia personalidad.

Hay que equivocarse más a menudo, la equivocación nos hace hermosos porque nos ruboriza, el sonrojamiento de la piel es una treta natural urdida para que los demás vean lo que pensamos. Hay que equivocarse a menudo, avergonzarse sin compasión de uno mismo, no tomarse demasiado en serio, improvisar un error tras otro, confundir fechas, nombres, datos, direcciones, caras, parentescos. Hay que equivocarse a menudo, volver a empezar, repetir una y otra vez el mismo error creyendo siempre que será el definitivo. Hay que rendir pleitesía al error, en la complacencia del acierto se esconde la falsa seguridad, la falsa aceptación. No hay seguridad y no hay aceptación, solo una caótica danza; hay que bailar en la convicción de la carencia de convicciones, hay que admitir la equivocación, hay que lidiar con el error.

Nos han tratado de educar en la virtud de lo correcto, lo acertado, lo cierto. Hay que empezar a ponderar la virtud de lo incorrecto, lo desacertado, lo incierto. Frente a la tiranía de lo recto acercarse a lo curvo; frente a la paranoia de lo explicable optar por lo inexplicable; frente al gregarismo desapasionado abrazarse con vehemencia a lo distinto. No temer al error, no malograr el futuro por miedo a equivocarse. Errar una y otra vez, una y otra vez. Hasta el límite del desaliento.


Archivado en: opinión Tagged: Bagatela
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