Las librerías como las reboticas, que eran lugar de encuentro, debates y tertulias sobre el libro, en este caso de bibliófilos y centros de búsquedas apasionadas por las estanterías, casi han dejado de serlo. Incluso la actividad comercial en lo que se refiere a la venta directa y personal al cliente, ha decrecido notablemente. Uno lee con nostalgia las memorias de libreros anticuarios o escucha a viejos bibliófilos y libreros, y palpa que esto es así. Pueden verse al respecto algunas memorias de libreros anticuarios: Antonio Palau y Dulcet, Memorias de un librero catalán (1867-1935), Barcelona, 1935. Julián Barbazán Beneit, Recuerdos de un librero anticuario madrileño 1897-1969, Madrid, 1970 (...).
Los catálogos en papel, las ferias anticuarias y últimamente las ventas por Internet, son, ya más que la propia librería, los medios utilizados por el librero y por sus clientes para realizar la actividad comercial. Incluso cada vez aparecen más libreros que prescinden de un establecimiento abierto al público. Particularmente creo que todo esto tiene unos efectos secundarios no siempre valorados. En las librerías se hacían bibliófilos, en los catálogos e Internet compran los bibliófilos. (...) La librería era un lugar de encuentro, de comunicación, de información y hasta un lugar propicio para apasionarse por el libro. Era como una escuela donde todos aprendían de todos. ¡Cuánto he aprendido yo de muchos que pasaron por mi librería! (...).
Han desaparecido las maravillosas revistas de bibliofilia que funcionaron hasta los años 50, desapareció la escuela de libreros y casi (...) ha desaparecido ese sano deporte de visitar las librerías anticuarias a la búsqueda de nuestra cultura y nuestra historia. Buscar un libro que fue de Cánovas, de Lastanosa, de Nicolás de Azara, del Marqués de Morante, y poder tocar y leer lo que ellos tocaron y leyeron, puede tener un especial encanto. (...) Destacar, por ejemplo, la revista Bibliofilia que publicaba en Valencia la editorial Castalla, revista de escasa tirada pero de gran calidad, o la sencilla publicación El Bibliófilo, llena de noticias de libros antiguos, precios y libreros, que se realizaba en Madrid. Estas y otras muchas fueron, desgraciadamente, desapareciendo. Esas revistas fueron un punto de encuentro de bibliófilos, libreros anticuarios y estudiosos del libro antiguo, y un instrumento para el impulso de la bibliofilia. Esa idea que ya había comenzado el librero catalán José Porter en 1935/36 con su revista de bibliofilia Papyrus, editada en Barcelona tras la Guerra Civil. (...) Los libreros no hemos sabido comunicar el placer que un libro o un manuscrito ofrecen a quien lo tiene. Una buena biblioteca no solo proporciona gozo a quien la posee, también de una forma u otra a sus hijos y a sus nietos. El tiempo pasa pero el libro permanece. ¿Qué vale un un libro comparado con lo que vale un cuadro de la misma calidad y época? El libro no solo es el contenido sino también la tipografía, los grabados, la encuadernación... Es el todo en uno más antiguo de la historia.
Francisco Asín Remírez de Esparza, 2008El comercio del libro antiguo.
Mi pequeña continuación y contribución,
hoy por hoy privada,
al mundo del libro antiguo