Revista Insólito
Elogio de lo poco, alabanza de lo débil, escribe Christian Bobin en Elogio de la nada. Esa frase justifica un libro, y nos conduce una vez más a preferir la sencillez del minimalismo frente al fervor de lo grandilocuente.
Es el encanto de sobrellevar una vida con las cuatro cosas que acompañan, el valor que proclama Henry Thoreau cuando escribe en su Diario que si no estás ahí en el instante preciso, el verano puede pasarte por delante sin que lo veas. Como si su ejemplo de vivir en un bosque nos advirtiera de que basta con mirar. Lo poco preciso para vivir, admirar lo que tenemos al lado, como si la sorpresa de la belleza que nos rodea fuera todo, y no algo imperceptible.
La continua carrera por almacenar objetos, el deterioro que supone tener que mostrarlos a la espera del asombro o la admiración, cuando lo que viene es el factor envidia, es el elogio del triunfo, basado justamente en eso, un éxito basado en el acopio de cosas susceptibles de envidia. Un extraordinario desatino.
Enfrente el nómada, (con sólo lo justo), el mochilero, (con las penas en el morral), el castellano austero, (pegado a su tierra), en fin, el montañero que posee el sueño de una fugaz mirada desde la cumbre.
El verano, el infinito viajar, el descanso (de uno mismo) nos dan una nueva oportunidad de contemplar cómo lo poco nos reconcilia con esa simple manera de pasar el tiempo mirando, leyendo, contemplando, observando. Además lo poco nos acerca a la satisfacción mientras que lemas absurdos como elige todo, nos aleja del saber perder.
Christian Bobin colocó en este su Elogio de la nada un exordio punzante: “Ilumina lo que amas, sin tocar su sombra”. Lo poco, la alabanza de lo débil, finalmente viene de la mano de ese aserto de Lacan que proclama que amar es dar lo que no se tiene.
De la sección del autor en "Curiosón": "Vecinos ilustrados" @Aduriz2017