La gente de izquierda debería luchar con más fuerza contra la televisión realmente existente. Contra todos sus programas y tertulianos, empezando por aquellos que se las dan de progresistas. Sólo una transformación cultural masiva y de raíz puede cambiar la correlación de fuerzas entre las clases sociales.
En estos días, los medios de comunicación de la oligarquía no hacen más que hablar de cosas como “la dictadura de los piquetes” y “el derecho a trabajar”. Como los tertulianos enchaquetados no recuerdan ya lo que es trabajar y estar hasta el cuello (si es que alguna vez lo supieron), no emplean el argumento estrella de todo esquirol que se precie: no pueden permitirse perder el sueldo de un día de trabajo. Lástima, porque ese argumento es fácil de rebatir recordando todo el dinero que, si no triunfamos en nuestra lucha, van a acabar perdiendo en salario directo e indirecto, por culpa de la reforma laboral, los recortes en sanidad y educación, el pensionazo, etc.
Estos tertulianos, que se enchaquetan para reforzar su jerarquía y su alejamiento del populacho, son en realidad diferentes y emplean argumentos que, aunque igual de ridículos, requieren una refutación más elaborada. Quieren resolverlo todo a través de la filosofía, el liberalismo, el “derecho a hacer” con mi fuerza de trabajo lo que yo quiera, aunque sea venderla a un explotador miserable vendiendo también, aunque en otro sentido, a mis iguales. (No tan) curiosamente, dicen que la violencia no arregla nada, pero apoyan, sin embargo, al piquete terrorista de la policía que custodia la entrada de los esquiroles, a base de palos como matones cobardes contra jóvenes sin futuro que sólo luchan por su pan.
Admiran a esos “heroicos” trabajadores que llaman a la policía para que apalee a otros trabajadores en beneficio del capitalista. A esos esclavos que denuncian ante el amo a los esclavos que se rebelan. A esos que son basura. Que venden a sus compañeros, aunque, si hay algún éxito gracias a la lucha, tampoco quitan la mano. Que niegan la historia, a pesar de que pueda consultarse en cualquier libro. Que, (no tan) curiosamente, no piden volver a la jornada de 14 horas, ya que la de 8 fue conquistada a base de huelgas generales y “piquetes violentos”. Que no piden tampoco que se les retire el beneficio de tener al menos un día de descanso semanal, en lugar de trabajar de lunes a lunes, a pesar de que eso fue logrado gracias a otros trabajadores que luchaban y hacían huelgas y piquetes, mientras otros como ellos dificultaban el éxito de sus esfuerzos rompiendo la unidad de acción, besando sus cadenas y trabajando dócilmente. Que tampoco renuncian a la baja por enfermedad, la baja por maternidad, la seguridad social, la prestación por desempleo, porque no son más que gorrones.
El tertuliano, supuestamente intelectual, hace como si ignorara todo esto. Como si el choque no fuera entre dos derechos, entre dos fuerzas, entre dos clases, sino algo más filosófico, artificial y poético: entre dos libertades, entre la libertad para trabajar y la libertad para no hacerlo. Pero eso es una idiotez. En primer lugar, hay 6 millones de personas privadas de su libertad para trabajar, por culpa del sistema capitalista que impide el reparto del trabajo. En segundo lugar, el esquirol no está ejerciendo ninguna libertad cuando hace lo que hace, por un motivo muy sencillo de comprender: si te bajan el salario, mientras magnates y banqueros se enriquecen, y te alegras por ello, estás enajenado mentalmente. Y la enajenación implica falta de elección, por lo que no es una expresión de ninguna libertad.
Pero, a pesar de todo, muchos quieren entrar a trabajar, aun estando en contra de los recortes y a favor de la huelga. Lógico. Cualquiera que viva en este planeta, sabe que esos trabajadores (se exprese esto de un modo abierto o velado) están coaccionados por su patrón, que les amenaza con despedirles, lo cual convierte el derecho a huelga en mero papel mojado. Muchos trabajadores, que desean hacer huelga pero se ven privados de su supuesto derecho, piden a los sindicatos que hagan piquetes, para tener la excusa perfecta y decirles a sus jefes que no pueden entrar a trabajar. Luego, el Estado capitalista denuncia a los piqueteros por “coacción”, pero no denuncia por coacción a aquella persona que realmente tiene el poder suficiente para coaccionar: el empresario.
El empresario disfraza su piquete coactivo, aunque en realidad no le haría falta: la sociedad capitalista le permite contratar y despedir fuerza de trabajo a su antojo, sin tener en cuenta las necesidades de nadie, salvo su necesidad de acumular más plusvalía. Ellos son, pues, los violentos; ellos son los que deben ser derrocados para construir una sociedad sana, y no este cáncer que padecemos. A ver cuándo nos quitamos de una vez los complejos y hablamos claro. Hay que mirar el marco, el contexto. No podemos dejar que nos den lecciones de moral quienes desahucian familias pobres para que los especuladores vivan en la opulencia. Quienes recortan las pensiones de quienes han levantado esto trabajando toda su vida, mientras inyectan dinero público a los vividores de la banca que no saben lo que es dar un palo al agua. Quienes nos acomplejan y engañan, como antaño a los indios con espejitos, mediante su publicidad manipuladora y criminal. Quienes fabrican electrodomésticos para que se estropeen pasado un tiempo y tengas que comprarte otro. Quienes fabrican, además, armas para vendérselas a Israel y que masacre poblados palestinos, o regalan su territorio a bases militares extranjeras desde las que los aviones de la OTAN despegan para bombardear Libia por petróleo.
Los de la tele no son tertulianos bienintencionados que deben despertar. Son mercenarios al servicio de la explotación cuyo único fin es proteger la propiedad privada capitalista. Los del congreso no son políticos equivocados con los que haya que debatir. Son criminales, fascistas y terroristas a los que hay que barrer.
La verdadera coacción es la del patrón, que primero baja el salario y luego amenaza con despedir a quienes protesten. El verdadero piquete es el de esos perros de presa vestidos de azul, con armas, porras, escudos, cascos y pistolas, mafiosos violentos que amenazan y hasta apalean a niños si hace falta, como todos hemos podido ver en las imágenes de estos días. Nuestros piquetes no son más que una defensa de los explotados, de los pobres, de los de abajo. Y no sólo debemos estar orgullosos de ellos, sino también reforzarlos.
Manuel Navarrete