El otro día escuchaba en la radio una entrevista (siento no poder recordar a quién ni por qué) en la que una joven explicaba el porqué de su amor por la copla. Comenzó cuando ella y su padre visitaban a la abuela, enferma de algún tipo de demencia, y para regalarle unos minutos de cordura y memoria le ponían su música preferida: "Copla, claro, no le íbamos a poner reguetón".
Y me dio por pensar que en cincuenta años (quizá menos) a las residencias irán jóvenes con sus padres a visitar a los abuelos, que ya no se llamarán Carmen o Eugenio, sino Jennifer o Jonathan, y con la misma buena intención y magníficos resultados (porque el poder evocador de la música es sublime y universal) conectarán un reproductor musical y en el altavoz sonará Tego Calderón o Daddy Yankee. O si el yayo es más de trap, Yung Beef o Bad Gyal. Y los vecinos de residencia no escucharán que Él vino en un barco de nombre extranjero, sino Mami yo quiero agarrarte por el pelo mientras te tiro mi lenguaje obsceno o Dónde están las gatas que no hablan y tiran pa'lante. O quizá las lágrimas que nublan la vista por el placer de haber despejado momentáneamente la cabeza las provoque Me estoy cayendo pa'rriba, mami dame la bendición o Me pregunta si fumo porros le digo fumo gramos.
Y pienso que es hermoso.
Porque es posible que necesitemos cincuenta años (quizá menos) para entender que lo que ahora a algunos nos parece una inmensa mierda es una realidad, un fenómeno, cultura. Como logramos entender que el punk no era solo música rápida para torpes y drogadictos, o el grunge un lamento sucio y suicida de drogadictos, o el rock and roll la música perversa de los drogadictos. Necesitaremos ver a través de la emoción de los abuelos que seremos. No existirán los prejuicios de hoy porque existirán otros nuevos. Y la perspectiva del tiempo nos permitirá desgranar la paja y comprender lo que es incomprensible por coetáneo.
Es más que probable que yo no pueda verlo. Y aunque tengo cierta curiosidad, casi mejor.