Revista Cine
Si uno sigue las enseñanzas de los grandes (como Robert Bresson o Andrei Tarkovski) sabe que el primer cometido de un cineasta es crear una imagen. Pero no una imagen cualquiera, sino una (o varias) imágenes perdurables y populares, con la suficiente fuerza y valor para que el público las identifique. Esas imágenes que luego pueden mostrarse en las cubiertas de algunos libros genéricos de cine sin que sea necesario nombrar la película (pongamos ejemplos: fotogramas de Holy Motors, En busca del arca perdida, Psicosis, Matrix, Inception…); se trata del poder evocador de la imagen. David Lynch, por poner otro ejemplo, es alguien que ha creado un montón de imágenes perdurables del siglo XX: la cabeza oculta de John Merrick (El Hombre Elefante), la mano de Kyle MacLachlan sosteniendo una oreja, el cadáver de Laura Palmer, Willem Dafoe con una media que le oprime la cara…
Neill Blomkamp, el director de la magnífica District 9, ya fue capaz de hacer eso (y mucho más) en su primera película. Y, de su siguiente trabajo, Elysium, rodada con más presupuesto y con un reparto de varias estrellas, es lo primero que me llamó la atención: Elysium contiene ya algunas imágenes populares que serán perdurables, totalmente reconocibles para cualquiera (el cogote afeitado de Matt Damon con todos esos cables y chips incrustados bajo el pellejo, la reconstrucción facial de uno de los personajes, la propia Elysium vista desde la Tierra…). Pero Blomkamp sería un cineasta vacío, a lo Michael Bay o Roland Emmerich, si sólo se detuviera en la imagen. Pero no lo es. Lo suyo, como ya demostrara, es la ciencia-ficción política, la distopía que juega a establecer paralelismos entre nuestro mundo y el mundo futuro que ha inventado: en District 9 nos hablaba, en realidad, del apartheid, aunque utilizara a alienígenas; y en Elysium nos está hablando de la división del mundo entre ricos y pobres, de las injusticias del reparto económico y de cómo los pobres tratan de cruzar fronteras prohibidas para llegar al sitio que consideran una especie de paraíso. Los hispanos que se suben a una nave ilegal y salen de la Tierra para intentar colarse en Elysium (ese lugar donde el aire es puro y las enfermedades siempre pueden curarse en cuestión de minutos) no son muy distintos de los espaldas mojadas que atraviesan la frontera entre México y Estados Unidos o de los balseros que tratan de salir de África para entrar en Europa.
Eso es lo que hace Blomkamp, ese estilo de película, y lo hace con elegancia y con tiroteos, persecuciones, momentos tensos y un gran reparto, en el que sobre todo destacan Jodie Foster y Sharlto Copley (éste último, lo mejor de la peli), pero en el que también brillan Matt Damon o William Fichtner. En su estilo, a mi juicio, no faltan ciertos toques deudores de Stanley Kubrick e incluso del último Christopher Nolan. Elysium, sin embargo, no es tan original ni tan redonda como District 9, y a veces tiene algunas resoluciones forzadas, especialmente en el último tercio del filme… esos enigmas que nadie nos resuelve y que, al final, sólo son trampas o defectos de guión.