Este es uno de los textos más interesantes en lo que va de mi lectura del libro (además de destacarse por su valioso aparato de notas). Se hace una propuesta filosófica sugerente y se articulan posiciones que, en principio podrían parecer muy distantes. La intención del autor es poner en diálogo la fenomenología de M-P con la tradición tántrica del yoga, de suerte que podamos pensar en los aportes que esta última puede ofrecer en la configuración de una “metodología somática” para la fenomenología y, a la vez, en la forma en que la fenomenología puede aportar un lenguaje que no atente contra la viva experiencia corporal de la práctica del yoga (165).
El autor destaca el valor del yoga como una práctica ancestral y de algún modo capaz de configurar una espiritualidad secular: sin credos fijos, sin dogmas y sin institucionalidad detrás (148). En ese sentido, los Yoga Sutras le parecen un manual práctico que es teológicamente agnóstico y pluralista, capaz por ello de propiciar una espiritualidad como la aludida (149)[1]. Para Morley esta forma de ver el yoga lo pone en sintonía con la fenomenología, ya que esta afirma el predominio de la experiencia vivida y promueve la meditación como método que mantiene la neutralidad en relación a los sistemas de creencias (150). Cabe resaltar que la correspondencia que el autor propone no es la relativa a la dimensión trascendental tanto de la fenomenología como del yoga, sino más bien a su carácter encarnado, de experiencia somática, sentida y vivida (151). Por ello el autor prefiere moverse de la interpretación institucional del yoga y de la versión idealista de Husserl, hacia una versión más tribal y arcaica del yoga –la tántrica—y hacia los desarrollos de M-P de las intuiciones husserlianas en relación a lo que podríamos llamar una ontología encarnada.
M-P desarrolla una fenomenología de un cuerpo que siente, nuestro propio cuerpo, el de nuestro espacio personal, en el que hemos nacido, en el que deseamos y en el que moriremos (155). La que nos propone no es una perspectiva objetiva o ideal en absoluto. En ese sentido, M-P ofrece un modo de desdibujar la típicamente dualista ontología occidental entrelazando conceptos como los de cosa e idea, sujeto y objeto, yo y los otros, etc. Ahora bien, hay que mencionarlo, Morley tampoco pretende que se pase por alto que no en toda tradición religiosa de la India el cuerpo tiene un lugar importante, más aún, en muchas, el mismo se ve sólo como pretexto o vehículo para una superior iluminación (157).
La alternativa, entonces, radica en la perspectiva del yoga tántrico, una perspectiva que defiende la idea de que no hay nada en el universo que no esté en el cuerpo humano. El cuerpo humano se ve como la coronación de todo lo creado y, por ende, debe ser explorado como un microcosmos del universo (158). Esta idea es asociada por Morley con aquella de M-P del cuerpo como “la carne del mundo”. Esto, además, se conecta con el tema de la sexualidad y su relevancia en el yoga tántrico, la misma que es vindicada por el propio M-P, para quien la sexualidad se entendía como coextensiva con la vida” (164). En resumen, el autor considera que ambas aproximaciones ofrecen una ontología de la experiencia, aunque el yoga tiene la virtud de poder pasar por alto el discurso académico en favor de una práctica psico-física directa. Sin embargo, como se indicó al inicio, tanto el yoga como la fenomenología tienen mucho que aportar la una a la otra en la construcción de una ontología a partir de la corporalidad.
[1] Aunque habría que discutir más a fondo si la definición que Morley da de la misma es suficientemente pertinente: “un punto de vista que es neutral en materias de doctrina religiosa (o creencia o no-creencia) y que sirve más como una psicología aplicada del desarrollo que como una metafísica o un sistema religioso” (149). El tema de debate es si es posible hablar de una espiritualidad que sólo sea una psicología del desarrollo o si eso es contradictorio con una noción de espiritualidad que no ha laxado su sentido por completo.