Revista Opinión

Emboscada

Publicado el 04 mayo 2018 por Carlosgu82

Rosaura se llenó de angustia al volver en sí de su enésimo aletargamiento y encontrarse en medio de aquel batallón de árboles centenarios.  Sus ramas apuntaban hacia ella, dispuestos a disparar sus hojas amarillentas en cualquier momento.  Su vestido curtido, rodaba sendero abajo por los consecutivos baches del sendero.  De vez en cuando  sostenía con su mano diestra, el voluminoso colgajo de tachones que formaban el cuerpo de la falda,   impidiendo el enredo de sus magullados pies, victimas del escarpado y áspero terreno.

La frágil realidad de la mujer, se desconectaba como un fulano interruptor,  balbuceando palabras desconexas en tanto que fruncía el entrecejo, gesticulando parcamente con sus pequeñas manos maltratadas, mientras sostenía el montón de rejos de su destartalada falda de tul. La noche desplegaba su manto sobre un nuevo contingente de vívidas estrellas que se difuminaban sobre la esquelética figura de la espigada mujer, que aparecía y desaparecía entre el enrevesado follaje como un furtivo espectro. Espesas brumas de niebla fungían de fantasmagóricas apariciones que parecían estar atrapadas entre múltiples cortinajes de borrachas dimensiones.

El imponente automóvil sesentoso, color cobalto, volvía a aparecer boca arriba, sobre la estirada y rebelde hierba verdiazul,  abrazado por las copiosas enredaderas, que se aferraban al esquelético carapacho de metal oxidado, rodeado de indiferentes florecillas silvestres que le daban un aire de sepultura.  Aquella escena taladraba la psiques de Rosaura, que se replegaba sobre sí misma, haciéndose un  enmarañado redondel de telas y cabellos.  El pánico volvía a turbar el copioso y variado concierto de voces nocturnas, huyendo del grito desgarrador que volvería a escucharse con su eco estruendoso sobre las invisibles garras de la luna.

Continuara…


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