Revista Opinión

Emboscada II

Publicado el 09 mayo 2018 por Carlosgu82

El piano sonaba sin cesar, la marcha nupcial iba in crescendo.  Los ojos de la treintena de invitados se posaban fijos sobre la espigada novia, que recorría el amplio pasillo de mármol viejo de la antigua capilla.  Los contados pasos recaían sobre los frágiles pétalos que yacían indefensos sobre el marmolado terreno. Un amplio vestido de finos encajes arrastraba a su paso los ya deshidratados trozos de flores que abandonaban sus gratos olores en el liviano ambiente.  El colorido bouquet fungía de protagonista sobre la breve cintura de la agraciada contrayente, cuyos ojos se iluminaron angélicamente bajo la gigantesca lámpara de bronce donde la esperaba incólume el elegante novio de aspecto caucásico, ataviado con un traje de visos aterciopelados y una parca sonrisa.  Las miradas coincidieron  inmediatamente como flechas disparadas de manera certera; negros y azules se conjugaban bañados por un torbellino de deseos y sentimientos insondables que sólo la unión consumada podría atenuar.

Se llevó a cabo la emotiva ceremonia con las posteriores felicitaciones a los nuevos esposos y a sus familiares, en tanto que la pareja recorría nuevamente el espacioso pasillo entre un cúmulo de personas, puñados de arroz y desgajados pétalos de rosas de variados colores que iban a morir irremediablemente debajo de las  duras suelas.

Rosaura fue alzada por su esposo intempestivamente para ser llevada en brazos, lo que provocó que el voluminoso ramo de novia fuera a dar directamente contra el parabrisas del antiguo automóvil ford galaxie estacionado justo al borde de la empinada callejuela de piedras; los restos de flores quedaron esparcidos sobre el lustroso capó.  Abordaron el espacioso auto sin asistir siquiera a la esperada celebración de la boda, en tanto que los presentes observaban la escena con raro embelesamiento  bamboleando las palmas de las manos en señal de despedida.  Subieron la prolongada colina que los llevaría a la alejada posada donde pasarían la noche; antes de emprender el largo viaje que por compromisos de trabajo contraídos  de antemano por Kener, el distinguido esposo, debían llevar a cabo a la brevedad posible.

Los ojos de Kener se transformaron en unos intensos lagos oscuros a medida que avanzaba la noche.  El entramado de árboles que custodiaba la ruta, iba haciéndose mas denso. Un helado viento comenzaba a arreciar en el último tramo de la escarpada colina, en tanto que Rosaura se aferraba con fuerza al fornido brazo de su esposo que mantenía la vista fija en la estrecha y penumbrosa carretera.  De repente, el motor del espacioso auto comenzó a fallar. Con visible desagrado Kener estaciono el vehículo, dispuesto a revisar la máquina con una pequeña linterna en mano. Abriendo con desmedida fuerza el reluciente capó,  ocasionó una irremediable marcha en reversa, mientras que la desesperada mujer dentro del auto, trataba inútilmente  de abrir la pesada puerta de metal, sus agigantados ojos observaban la imperturbable figura de Kener alejarse, con su congelada y particular sonrisa en tanto que el auto se despeñaba colina abajo…

continuará…


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