El balde estaba lleno de sombra. Nos mojábamos los dedos y nos pintábamos la cara. Entonces nos cubría la oscuridad y sólo seguía brillando la pregunta de los ojos. Cuando venían a buscarnos, bajábamos los párpados y no nos encontraban.
Un día el balde estuvo lleno de verde. Nos pintamos. Ahora vivimos en el bosque, y nadie entiende cuando el idioma de los pájaros deja pasar también una palabra. Alguna de las que todavía pronunciamos.
(María Cristina Ramos)