Tradutore, traditore. Estas palabras en italiano pueden ser fruto de un simple juego de palabras o rimas en asonante, pero nada más lejos de la realidad. Gracias a los traductores podemos disfrutar en nuestra lengua materna de novelas escritas en otra: libros en inglés, francés, alemán, ruso, chino ... hasta los clásicos greco-latinos. Todos pasan a nuestro acerbo cultural, y sin los traductores o bien no podríamos conocer otras literaturas distintas a la nuestra, o nos veríamos forzad@s a ser políglotas de aúpa. El abanico es infinito. Pero traducciones las hay malas y buenas, pedantes, poco originales, nada curiosas ni detallistas, literales, sobretraducidas, infravaloradas ... todas pueden adoptar uno u otro matiz, e incluso ser tan bonitas como el original.
Pero en esta mesa de debate no se va a tener como punto de discusión la traducción misma de las novelas, sino algo tan importante como lo es el texto en sí: el título. Una frase decisiva para llamar la atención del lector; unas escuetas palabras clave para la historia que contarán las páginas. En España, la traducción de títulos de libros es algo muy significante, como con las películas, y en ocasiones no se le presta atención al tema. Maneras de traducir un título hay varias:
- una traducción literal del original: se respeta fielmente el título, como por ejemplo El Libro sin Nombre (The Book with no Name) de autor anónimo; La Historia Interminable (Die Unendliche Geschichte) de Michael Ende ...
- una traducción completamente distinta: libre al 100% y nada que ver con el original. Ejemplos: Latidos (The Luxe) de Anna Godbersen, Carolina se Enamora (Amore 14) de Federico Moccia ...
- título sin traducir: porque sí, porque así por lo visto es más llamativo (o hay pereza ¡quien sabe!). Es el caso de Vampire Academy, Everlost, Love Story, Ghostgirl, Gothic Girl ...
A pesar del acierto de unos en traducir bien y de otros en darle un título dispar, o directamente no molestarse (por las razones de venta editorial que sean), lo que es cierto es que,
«... y lo mismo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua: que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento.»
Señor Cervantes, no se equivoca, a veces como el original ninguno, pero indudablemente y gracias a la pluma y la tinta de maravillosos traductores, aún hoy su inmortal Quijote sigue cabalgando a lomos de Rocinante y hablando otras lenguas distintas de aquel castellano del Siglo de Oro, tan caracteristico, tan complejo a la vez como precioso. Pero ciñámonos a los títulos, que las novelas en sí es otro cantar:
¿Traducción literal, libre o ausente del título de una novela? ¿Es el traductor un traidor? Queda abierta la sesión para debatir en la mesa.
Filóloga Bibliófila