Mujer feminista e independiente, siempre vivió bajo los designios de un espíritu libre y adelantado a su tiempo. Fue vanguardia en nuestro país del naturalismo narrativo y acumuló una prolífica colección de títulos que la consolidaron como autora de renombre. A pesar de ello, la intelectualidad machista de su época no consintió que accediera a un merecido sillón en la Real Academia Española.
La pequeña Emilia recibió, como otras niñas de su condición social, una esmerada educación, que pronto desatendió en aras de su prematura vocación literaria. Su padre, hombre culto entregado por entero a la política de Estado, abrió para ella la espléndida biblioteca familiar, mientras que la madre la enseñaba a leer y a dejar a un lado las sufridas tareas domésticas. De ese modo, descubrió el maravilloso mundo propuesto por los clásicos. En estos primeros años escogió como obras predilectas la Iliada, el Quijote y la Biblia. Estas lecturas Junto a las obras de otros autores inmortales como Plutarco, hicieron que abandonara los estudios de piano y solfeo para dedicarse por completo al arte de la escritura.
Mientras tanto desarrolló una frenética actividad social, como correspondía a una señorita bien, y en 1868, coincidiendo con la Revolución Gloriosa que destronó a la reina Isabel II, contrajo matrimonio con José Quiroga, quien por entonces estudiaba la carrera de leyes. La pareja tuvo tres hijos, si bien se tuvieron que enfrentar a numerosos obstáculos sentimentales provocados en esencia por el carácter indómito de una Emilia que no se resignaba a la desigualdad sexista imperante en España. En ese periodo tan convulso, el conde de Pardo Bazán se desilusionó con la política e inició una serie de viajes con su familia por Europa, momento que la joven aprovechó para aprender inglés y alemán a la par que perfeccionaba el francés, lengua muy amada por ella y que le sirvió de mucho a la hora de adentrarse en los grandes autores galos. Fue en estos periplos europeos donde por fin decidió dedicarse por entero a plasmar historias en el papel. Y, con más tesón que nunca, concibió sus primeros textos.
En 1876 obtuvo su primer premio literario gracias a la obra «El estudio crítico de Feijoo»: era el inicio de una incesante trayectoria creativa. Ese mismo año, y coincidiendo con el nacimiento de Jaime, su primer hijo, publica el único poemario de su extensa obra. Al poco aparecerá su primera novela, «Pascual López», con escasa repercusión entre la crítica y los lectores.
Quiso la casualidad que una dolencia hepática la llevara en 1880 al célebre balneario de Vichy; allí, mientras recuperaba la salud, conoció el naturalismo de Emile Zola y trabó amistad con el escritor Víctor Hugo, el cual la influyó notablemente en su actitud literaria. Tras recuperarse de sus dolencias, comenzó a colaborar con el periódico La Época; es ahí donde publicará su relato «Viaje de novios», considerado como la primera narración con tintes de naturalismo en nuestro país.
Entre los años 1881-1883 surgirán una serie de artículos, en ese mismo diario, bajo el título «La cuestión palpitante». En ellos Emilia Pardo Bazán opinará libremente sobre la impronta realista y naturalista, lo que desembocará en una sucesión interminable de críticas hacia su figura. Incluso su esposo, alarmado por la resonancia de este hecho, la animará a retractarse públicamente y, lo que es más grave, le sugerirá de forma enérgica que abandone la escritura. Esto colmó la paciencia de la autora y, meses más tarde, el matrimonio se disolvió para siempre.
Emilia se sumergió desde entonces en su particular mundo de personajes y escenarios, creando obras de mayor calado como «La tribuna», considerada la primera novela naturalista publicada en España, con un argumento que giraba en torno a los perfiles y mentalidad de las cigarreras que trabajaban en la fábrica de tabacos de La Coruña. En 1886 se publicó «Los pazos de Ulloa», su más elogiada novela.
Feminista en un siglo inapropiado para ese talante, luchó para erradicar la desigualdad entre sexos y apostó de forma entusiasta por la mejora de la educación entre las mujeres. Tras su divorcio, mantuvo un hermoso romance durante veinte años con el escritor Benito Pérez Galdós, aunque no se volvió a casar jamás. Su incansable búsqueda de nuevos estilos la hizo contactar con la moderna novela rusa y, gracias a ello, se le abrieron las puertas del Ateneo madrileño, donde llegó a dirigir la sección literaria.
En 1890 murió su progenitor, lo que le hizo heredar título y patrimonio. Fundó la revista «El Nuevo Teatro Crítico», escrita en su totalidad por ella misma. Asimismo, fue la primera mujer en recibir una cátedra de literatura, en la Universidad Central de Madrid. Todos estos méritos, sin embargo, no fueron suficientes para recibir un puesto en la Real Academia Española, asunto que amargó en demasía sus últimos años.
Falleció el 12 de mayo de 1921 dejando tras de sí una interesante producción literaria que, en nuestros días, tribus urbanas como los góticos se encargan de recuperar, dado que Emilia Pardo Bazán se ha convertido, por su estilo y vida, en uno de sus más reconocidos iconos.
Texto: Juan Antonio Cebrián. Magazine 261. ElMundo.es – 26.09.2004. Recogido en “Mis favoritos” (La esfera de los libros, 2005).
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