Revista Cultura y Ocio
Admiro a Emilio Aragón desde hace tiempo. Guardo muy buen recuerdo de su inteligente programa de televisión “Ni en vivo ni en directo” y disfruté de Barnum, el musical que protagonizó en el Monumental a principios de los ochenta. Es un artista en constante reinvención, y su capacidad para transitar por los distintos estadios de la creación es extraordinaria. Le conocí hace algo menos de cinco años, con motivo de la presentación del ballet Blancanieves, que compuso y produjo para Tamara Rojo, y cuya coreografía firmó Ricardo Cué. Desde entonces, mantenemos una cordialísima relación, basada en esporádicos encuentros y en algún que otro correo electrónico. Lluís Homar, que protagoniza el primer largometraje de Aragón -Pájaros de papel, que se estrena el próximo 12 de marzo-, me decía que Emilio es una persona de la que te enamoras enseguida. Comparto esa sensación con Homar, porque Emilio transmite serenidad, es la imagen de la bonhomía, con una sonrisa que parece tatuada porque no se mueve de sus labios. Charlé con él y con los otros dos protagonistas de la película, Carmen Machi e Imanol Arias, para un reportaje que se publicó el domingo pasado. Durante cerca de una hora recordaron el rodaje y revivieron aquellas jornadas con una alegría tal que sentí no haberlas vivido yo también. Emilio acababa de leer las dos primeras críticas de la película, que habían aliviado en parte el inocultable nerviosismo de quien se va a someter en breve al juicio del público siendo consciente, además -me lo dijo en uno de los últimos días de rodaje-, de que no le van a juzgar como a un director debutante más. “Sólo espero que vayan a verla con la mirada limpia”, pide Emilio, a quien me gustaría que le fuera muy bien con esta película (un homenaje a su padre y a toda una generación de cómicos), porque es un tipo estupendo y ha puesto en ella todo el alma.