Revista Cómics
EMILIO CARRERE - La Torre de los Siete Jorobados (2004)
Publicado el 08 diciembre 2013 por Jorge VilchesEscribir es una adicción y una terapia; es una forma de vida y de ganarse la vida. Mi oficio no es el de escritor -una palabra grave que se utiliza con demasiada facilidad-. A veces me ayuda a pasar económicamente el mes, pero nada más, y cada vez menos. Hace unos meses escribí a una revista de mi gremio, Ilustración de Madrid, para ofrecerles un artículo con el sacar un magro estipendio. La publicación estaba bien, con páginas satinadas, ilustradas y muy cuidadas. Además, incluían en cada número un desplegable de un mapa antiguo de Madrid, cosa que me fascina, y tenía colaboradores de enjundia. Les mandé una carta educada, muy cuidada en la expresión y en la forma. Al día siguiente obtuve la respuesta: "Estimado Sr. Vilches: Lamentamos comunicarle que el pasado mes de julio se ha cerrado la revista. De todas maneras, agradecemos su interés". Y se despedía cordialmente. Sí; escribir, publicar y vivir de ello no es fácil. Por eso me molesta la gente que se pone la etiqueta de "escritor" y que manda correos del siguiente tenor: "deseo colaborar en su revista que relatos puedo mandar solo ciencia ficcion, o tambien terror y fantasia". El escritor, siempre, en todo momento, ama el lenguaje; lo ama, no lo sodomiza.
Emilio Carrere vivía de escribir, y a veces vivía tan rápido que no le daba tiempo a escribir lo suficiente como para que le diera para vivir. Y así nació la novela que hoy nos ocupa: La Torre de los Siete Jorobados (1924). Carrere era uno de esos tipos que disfrutaba de la noche madrileña, ese mundo antiguo de los cafés, casinos, clubes, cabarets, bailarinas, bajos fondos, borracheras, bancarrotas personales y mucho plumilla. Era ese mundo valleinclanesco denominado "la bohemia". Protegido por Rubén Darío, Carrere transitó el decadentismo para luego hacer prosa fantástica, llena de humor y toque macabro, lo que le hizo vender pero no ser reconocido por la Academia. Aun así, Carrere gastaba más de lo que ganaba, y en uno de esos apuros económicos vendió al editor Juan Palomeque una novela "inédita", que en realidad era una que ya había publicado en 1922 con el título de "Un crimen inverosímil". Lo peor fue que cuando Palomeque le exigió que rehiciera la novela, Carrere se negó, y es aquí cuando entra el otro personaje: Jesús de Aragón, quien se convirtió a partir de entonces en uno de los padres de la ciencia-ficción española, con el seudónimo de Capitán Sirius y J. de Nogara. Jesús de Aragón estudió durante tres meses el estilo de Carrere y engordó la novela original. Jesús Palacios, prologuista de la edición de Valdemar, distingue fácilmente qué partes escribió cada uno.
El resultado es una novela deliciosa. Carrere y Aragón fusionaron muchos temas. Aparece el espiritismo, que fue muy popular en España desde el último cuarto del siglo XIX. Tiene su hueco el orientalismo mágico, basado en la imaginación regada por los secretos de las civilizaciones antiguas y lejanas, muy corriente en Europa y que dio lugar a personajes como el Fu Manchú de Sax Rohmer en Inglaterra. La corriente que recorre el texto es el decadentismo realista, con ese Madrid de luz de gas. Los personajes y la trama están salpicados de supersticiones, como los jorobados, los tuertos o los amuletos; así como de leyendas urbanas, reflejadas en los túneles que atraviesan la ciudad, los fantasmas y los asesinatos misteriosos. Carrere no puede dejar escapar ese humor que acompaña a las supersticiones, tanto en su forma sencilla -los nombres con doble sentido, como el Sr. Catafalco o el Dr. Sababino-, como en el humor politico -como cuando dice que Basilio Beltrán, el protagonista, nunca apuesta a los reyes en las cartas porque es republicano, como su padre-.
El libro es la historia de la resolución de una asesinato misterioso, desvelado por un personaje medio
cómico, Basilio Beltrán, y amigo periodista, "El duende de la Corte", un apelativo muy decimonónico. Beltrán es supersticioso y superficial, pero tiene el don de ver a los espíritus. Por eso, el alma del Sr. Catafalco, el alias del Dr. Robinsón de Mantua, le pide que descubra a sus asesinos. Catafalco fue degollado en plena calle por una mano invisible, tras una maldición proferida por el espíritu de una de sus pacientes muertas. A esto se suma el robo de las joyas de una corista, la Bella Medusa, y el secuestro de un hombre piadoso, sobrino de Catafalco.
Detrás de esto todo está la brujería oriental de un jorobado; un doctor con gafas azules, proveniente de la India, que utiliza el vudú y el hipnotismo, y que ha establecido su guarida en la Torre de los Siete Jorobados, una finca en Chamartín de la Rosa. El doctor utiliza a los jorobados, que se mueven por una red de túneles excavados en el subsuelo de Madrid por los judíos que escaparon a la Inquisición.
Edgar Neville la adaptó al cine en 1944, junto a José Santugini. La película es interesante, pero le privaron de la modernidad que destila la novela, convirtiendo una trama de asesinato y brujería, en una de amor con toques de humor. Neville cambió la profesión de Robinsón de Mantua -de médico a arqueólogo-, quitó a los sobrinos piadosos y metió a la sobrina maciza -que se enamora del protagonista-, convirtió al brujo, Vitorio Sabatino, en un falsificador de moneda, y el madrileñismo de la novela quedó reducido a dos plazas del barrio de la Latina. Además, eliminó al "Duende de la Corte", un periodista que sirve de contrapunto a Basilio, y el "viajero infatigable", Sindulfo del Arco, personaje muy aprovechable que ya sale en la novela de Carrere "La calavera de Atahualpa", se convierte en un arqueólogo cantarín. Lo mejor de la película es la recreación de los túneles de la novela; por cierto, nada que ver con el "Madrid subterráneo" del que habla alguno. La fotografía de la escalera circular es impresionante.
El final de la película es muy distinto al de la novela. Carrere y Aragón se deshacen del brujo a través de un resorte propio de la brujería, después de una escena fantástica en la Torre de los Siete Jorobados. Neville, sin embargo, que había pasado un buena temporada en Hollywood, cae en el happy end, poco original e insípido. No es necesario leer antes la novela, y luego ver la película. Es más; si se hace así lo lógico es que la cinta parezca peor de lo que es y no apreciemos sus cualidades.