Revista Cultura y Ocio
No he tenido ocasión de leer mucho a César González-Ruano, así que trato de ponerle remedio a esa carencia y termino en una tarde este Emilio Zola (Colón, Madrid, 1930), una biografía breve y gastronómica (escrita para comer, quiero decir) donde habla de la “solidez de dolmen gigantesco” del protagonista, de su “clara inteligencia” y de la divisa que hizo grabar en su chimenea: “Nulla dies sine linea”.Ruano aprovecha también estos párrafos para lanzar un dardo a los militares que condenaron a Zola (“cabritos con entorchados”) y para poner una banderilla a “los doctores y biólogos que han metido, con el atestado de sus ensayoides, a don Juan en una clínica” (p.45). Que cada Gregorio Marañón aguante su vela. Lectura ligerita, pero aleccionadora, con una frase simpática: “El infierno de la tentación consiste únicamente en no poder caer en ella”.