He consumido a lo largo de mi vida mucha novela Chick Lit, lo que viene a ser novela romántica para chicas, con su máximo apogeo durante los noventa y principios de los años 2000 con grandes libros como el de mi querida Bridget Jones. literatura muy ligera con poco o nada que hacer pensar en mi cerebro y donde el objetivo romántico es el único que prima. Vamos, mierda sentimental en vena para acompañar con helado, vino o pizza. Por eso cuando estrenaron Emily en Paris sabía exactamente lo que podía encontrar aunque afrontarlo con años de diferencia hace que vea las cosas con una distancia que quita un poco de gracia al asunto.
Lo que hace que haya abandonado la década de los treinta años es que las pretensiones casi adolescentes de las nuevas niñas que toman la pantalla se me antojen un poco más ridículas, muy pueriles y algo insustanciales pero ¡amigo! Es que esto es mierda de la mala.
Emily trabaja en una agencia de marketing y por un giro del destino abandona Chicago y se va a Paris a vivir una temporada para prosperar en su carrera. Ya sabemos, la ciudad del amor, de las luces, de los franceses antipáticos y mujeriegos... Un poco de todo en forma de clichés sin vergüenza de ningún tipo pero que en realidad son su mejor baza. No voy a juzgar la serie más allá de sus pretensiones porque al final no sería justo. No es una serie memorable, premiable o especialmente destacable. Sólo pretende apelar la mujer de veinte años triunfadora con ideal romántico que vive dentro de nosotras aunque ya hayamos pasado esa fase, afortunadamente, viendo como está la cosa en estos dosmiles tan inciertos.
A pesar de que se ha defendido siempre el carácter post feminista de estos libros siempre me han dado un tufilllo rancio pero encantador y por eso no me afecta reconocer que realmente es el tipo de contenido que te apetece consumir con placer culpable y que cuesta mucho reconocer en alto que incluso en ocasiones necesitas por su livianidad y absurde z. ¡Sí! No me importa decir que si tuviera que escribir un libro sería este tipo de mandanga innecesaria y feliz.
Lo dicho, Emily es la típica profesional con la vida medio resuelta a sus veinti algo años, que antes con veinte años no éramos nada pero veo que ahora ya se puede ser la reina del mambo. La cosa es que Paris es mucho Paris y el ideal romántico, el aire triunfador en forma de influencer accidental y las situaciones en la oficina donde trabaja hacen que no pase nada en pantalla que sea digno de mención pero a la vez que puedas quedarte con el soniquete de fondo una tarde entera y acabar en un par de días la serie sin problemas.Supongo que este consumo sencillo viene de la mano de Darren Star, productor de Sensación de Vivir, Melrose Place o Sexo en Nueva York, un tipo que tiene la receta del éxito y a coste bajo. Por eso puede que en esta pandemia, cuando estamos tan necesitados de divertimento vacuo, la serie se haya colocado entre lo más visto del canal de streaming Netflix. Lo bueno es que como bien comento el consumo de su temporada en un par de días hará que su posición pase a desaparecer en un par de semanas y a conseguir el típico fondo de armario que puede durar un par de temporadas pero sin levantar grandes pasiones más allá de la simpatía que pueden despertar su protagonista (que a mi personalmente me chirría un poco en su regreso a Paris , ya fue Fantine en Los Miserables) o su partenaire francés que es una belleza que hace que me quede mirando lobotomizada la pantalla.
Si dudas en darle al Play ya sabes lo que vas a encontrar, quizás tengas una opción mejor... aunque lo mismo es justo lo que necesitas ver ahora mismo. A mi me parece de lo más plano y aburrido del mundo pero oye, yo es que soy una influencer vieja y arrugada. ¡Ah! Y esos toques de feminismo iniciales casi son ofensivos, querida Emily, ponte las pillas.