Título original: Limónov
Idioma original: Francés
Año: 2011
Editorial: Anagrama
Traducción: Jaime Zulaika
Género: Biografía novelada
Valoración: Muy recomendable
En la primera frase de la contraportada a la edición de Anagrama de Limónov, se cita a su autor advirtiendo que “Limónov no es un personaje de ficción. Existe y yo lo conozco”. He de confesar que soy tan enemigo de los spoilers que no quise indagar más en esa ambigua afirmación antes de leer el libro (“¿está tirándose el rollo o realmente existe este tío?”). De hecho, ni tan siquiera terminé de leer la contraportada, donde, sin más, se podría haber aclarado mi duda. Simplemente decidí seguir la recomendación de un buen amigo literato y sumergirme directamente en sus casi cuatrocientas páginas.
‘Gracias’ a mi ignorancia en lo que a literatura rusa contemporánea se refiere, seguiría sin saber si Eduard Veniamínovich Savenko (a.k.a. Limónov) era o no un personaje verídico hasta el día en que terminé el libro. Obviamente, durante la lectura había hecho mis cábalas y me inclinaba fuertemente por la opción de que Carrère había insertado un personaje estrambótico e hiperbólico, aunque de algún modo perfectamente creíble, dentro de un fascinante repaso a los últimos 70 años de historia rusa. Claro está que una vez terminado el libro ya no podía más, y tenía que preguntar al Sr. Google. Para mi sorpresa (y, he de reconocer, con cierto grado de decepción), efectivamente, Eduard Limónov era (y es) real. Dice poco de mí que desconociese al que es considerado como uno de los más importantes genios de la literatura rusa contemporánea –tremendas ganas te deja de leer alguna de sus obras–, así como una de sus figuras políticas más controvertidas. En cambio, dice mucho de su vida, y mucho de esta novela biográfica, que sea plausible mantener esta duda en el lector hasta el momento de pasar la última página.
Y es que Limónov es la antítesis de lo que uno podría evocar con la palabra ‘biografía’. Al menos en mi caso, tiendo a imaginarme una sucesión insulsa de fechas, episodios sin interés que narran períodos monótonos del personaje biografiado (previos y posteriores a la chicha de su vida), y una narración impersonal aburridamente lineal. Por eso hasta la fecha he desconfiado de quienes me recomendaban leerme la biografía de fulanito o menganito. Probablemente, si hubiera sabido que era una biografía, ni siquiera hubiera leído el libro. Y hubiera sido un craso error.
Porque Limónov te engancha desde el minuto uno. Sin querer desvelar demasiado, en él se entrecruzan las impresiones de Carrère sobre los episodios de la vida del autor (que le son conocidos de primera mano por haber pasado varias semanas junto a Eduard como ‘biógrafo oficial’ –así se nos cuenta en un epílogo que no tiene desperdicio–), citas del propio Limónov, relatos sobre acontecimientos históricos, e incluso episodios de la vida de Carrère que muestran paralelismos o sirven para traer a colación ciertos acontecimientos.
Durante la lectura, el estilo ameno y fluido, pero a la vez profundo y matizado, recuerda al del mejor Paul Auster. Solo así podía ocurrir el milagro de que hubiera terminado el libro y Limónov no me resultase simplemente un completo sociópata. Por definirle en unas breves pinceladas (y demostrar que usando la brocha gorda podría resultar un personaje estereotipado y caricaturesco), Eduard es un escritor de origen humilde que vive obsesionado con ‘ser alguien’ y con alejarse de la ‘mediocridad’ que caracteriza a los débiles. Esa filosofía vital le llevará a un sinfín de aventuras: la mendicidad en Nueva York, el encumbramiento en los círculos literarios parisinos, la promiscuidad sexual extrema, la participación voluntaria en una guerra (la de los Balcanes, donde llega a codearse y hacer grandes migas con criminales de la talla de Radovan Karadzic), la cárcel o a enemistarse con Putin liderando su propio grupo político (los nasbols o nacional-bolcheviques, un desconcertante movimiento a la vez fascista y comunista –o ‘rojo-pardo’– cuya principal base social son post-adolescentes desencantados y políticamente trastornados). Y a pesar de lo cuestionables que son muchas de las actitudes, ideas y actos de Eduard, es un personaje con el que por momentos uno se ve empatizando. Y al hacerlo, Carrère crea en el lector ese remordimiento que genera la empatía con personajes que, en el vacío, deberían resultarnos vomitivos, como ya lograran genios como Nabókov y su Humbert Humbert en Lolita.
Por dar un último apunte, hay que destacar la genialidad de los relatos históricos del libro. Es cierto que la historia de la antigua URSS y de la actual Federación Rusa es apasionante per se, pero haber optado por el formato manual seguiría habiendo dormido a las piedras. Carrère, sin llegar a saltarse casi ningún episodio de trascendencia, logra crear relatos fulgurantes, que llegan a ser incluso cómicos por momentos. Por dar una muestra, así nos relata Carrère la abolición del PCUS, que a efectos prácticos implicaba la caída de la URSS, protagonizado por un Gorbachov mediocre, avasallado por unas circunstancias apabullantes:
“El 23 de agosto, las televisiones de todo el planeta retransmiten el prodigioso momento teatral: la sesión parlamentaria en la que Yeltsin, después de haber obligado a Gorbachov a leer, con voz insegura, las actas del consejo durante el cual los ministros que él nombró deciden traicionarle, se inclina hacia él con un aire glotón:
—Ah, y a todo esto, se me olvidaba, hay que firmar este pequeño decreto…
—¿Pequeño decreto? —dice Gorbachov, alarmado.
—Sí, el que suspende las actividades del Partido Comunista ruso.
—¿Qué? ¿Cómo? —farfulla Gorbachov—. Pero si no lo he leído… no lo hemos debatido…
—No tiene importancia —dice Yeltsin—. Vamos, firme, Mijaíl Serguéievich.
Y Gorbachov firma.”
No puedo dejar de rumiar que hubiera sido genial que Limónov hubiera sido, como pensé en un inicio, un personaje ficticio (aunque verosímil) insertado en un mundo real cuyos vaivenes lo aproximan a la ficción. No sé si esta idea se ha llegado a materializar pero la dejo en el aire por si algún escritor ávido de proyectos quiere recoger el guante. Hasta entonces, un servidor seguirá deleitándose con un renovado gusto por las biografías (a poder ser, en línea con Limónov, de personajes cuyas historias merezcan la pena ser contadas en formatos innovadores). Para quienes ya estéis versados en el género o queráis iniciaros en él, no dejéis pasar la oportunidad de leeros esta joya; la historia de un hombre cuyo ímpetu feroz (y francamente excesivo) le sitúa, para gusto del lector, en la difusa frontera entre lo increíble y lo plausible.
Álvaro Monsó
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