En el marco del estreno de White House Down, una nueva ocurrencia de este alemán americanizado, exploramos los puntos en común en su obra para ver si encontramos alguna nota de autor o simplemente confirmamos que es un inepto que no aporta nada al cine. Eso, o quizás simplemente sea un manifiesto de repulsión a toda su filmografía... para qué les voy a mentir. Creo que detesto a Roland Emmerich. Es más, no creo: lo detesto. Su cine es intrascendente y no lo entiendo, no por ser algo incomprensible o superior, sino porque realmente no sé para qué hace esas películas. No comprendo la finalidad de exaltar un patriotismo no correspondido, ya que es un alemán filmando películas estadounidenses, ni la casi patología de sentir que en sus manos tiene la posibilidad de materializar cinematográficamente (digamos) la destrucción de una sociedad contemporánea.
Tampoco entiendo por qué dejó de hacer películas de ciencia ficción de temática espacial tales como Stargate o Universal Soldier, para pasar a ensañarse con el planeta Tierra de una forma tan burda, con ciertos paréntesis en su filmografía que son por demás pésimos. Con esto último me refiero a The Patriot, producto hecho para los Oscar; la épica prehistórica 10,000 B.C., una película aburridísima y muy mal narrada; y por último, su más reciente trabajo, la extraña Anonymous, un intento de polemizar con la autoría de Shakespeare, con un corte de época que aún así –hay que reconocer- quedó muy bien.
Pero ya que hablamos de autoría, vamos a preguntarnos sobre esto al hablar del cine de Emmerich. Porque cuando un director, que encima en muchos casos escribió sus guiones, reitera mucho una temática se suele hablar de la noción de autor, porque quizás nos quiera estar contando algo. ¿Se puede decir que este realizador alemán es un autor? ¿De qué habla el cine de Emmerich?
Básicamente, y en un análisis muy superficial, habla de imperios, de sociedades gigantes, de la nueva Roma: Estados Unidos. Las ciudades de New York y Los Angeles, en muchos casos mostrados como escenarios inamovibles y ejemplos de urbe (no importa si todo el mundo está en problemas, la acción se centra ahí), son destrozados por fenómenos naturales, en muchos casos demasiado rebuscados como para siquiera incluirse dentro de la idea de “natural”. Y así, el imperio se ve completamente arruinado, y sus habitantes, representados por un grupo de protagonistas sobrevivientes, comienzan su camino de redención y aprendizaje mediante epifanías surgidas por el renacer de las cenizas. Fin. Si eso es cine de autor, queda a criterio de cada uno.
También se puede dividir claramente en dos partes la filmografía del loquillo de Roland: una, la del director interesado en lo que está fuera de nuestro alcance terrestre, con mucha tecnología y escenarios ficticios tomando protagonismo en sus producciones; y otra, la del director que usa la Tierra como una maqueta de pruebas y va imponiéndole diferentes formas de destrucción. Como hablamos de casi 15 películas (hay una que está en el horno, a punto de salir, también referida a un fenómeno catastrófico), nos vamos a centrar en su etapa destructora: Independence Day, Godzilla, The Day After Tomorrow y 2012 (acá pueden leer la crítica de esta película que se hizo en este blog).
En estos cuatro títulos, hay dos polos opuestos bien marcados. Por un lado, el factor de destrucción, y por otro el héroe. Puede ser un científico (siempre es un científico), un padre de familia o incluso el presidente de los Estados Unidos, pero siempre habrá un hombre –nunca una mujer- que salvará a un grupo de personas del fenómeno que ataca la tranquilidad de la Tierra. Y la ciencia es el elemento intermedio, que hace de escudo entre un polo y otro. Los científicos no sólo son los primeros en detectar el problema, aunque actuaran como si hubiesen sido los últimos, sino que muchas veces son de armas tomar para intentar resolver la situación yendo más allá de sus capacidades cognitivas, y apelando a la odisea heroica.
Un esquema narrativo bastante predecible, dentro de un marco bien clásico de relato, típico de lo que viene dando Hollywood recientemente. Y lo más triste es que no importa cual película estemos viendo, si la coral Independe Day, la ruidosa Godzilla, la claustrofóbica The day after tomorrow o la estúpida 2012, todas nos terminan contando lo mismo y nos hacen perder el tiempo. Eso no puede considerarse autoría, sino fórmula de taquilla. Porque, si bien no fueron éxitos rotundos, cada película logró su cometido de producción. En definitiva, las películas de Emmerich son concebidas como un divertimento, y ni siquiera logran ese cometido. Porque son largas (mirar las cuatro mencionadas de corrido nos quitaría 9 horas y media de nuestro día) y están revestidas de tanto efecto visual que entorpece un relato que podría ser abarcado de forma mucho más humana.
Y ahí está el patriotismo. Un alemán exhortando el sentimiento estadounidense tan soberbio y auto condescendiente, con esa capa de falsa autocrítica como excusa argumental para continuar con la evolución de los torpes personajes. Saquemos a The Patriot de esta contienda. Simplemente necesitamos recordar el ombliguismo de los protagonistas en tierras norteamericanas en plenas catástrofes naturales. Estados Unidos tiene las respuestas, sea donde sea. Porque en The Day After Tomorrow hay un laboratorio en Europa que lleva la delantera en la información sobre el fenómeno que atormenta la Tierra, pero allí trabaja –liderando el proyecto- un estadounidense. Y mejor ni hablemos de lo molesto que es el discurso del Presidente de los Estados Unidos en su arenga a los que intentarán enfrentar a la nave madre en Independence Day.
En fin. No sabemos bien qué pretende Roland con este tipo de cine. No sabemos si está respondiendo a una lógica industrial, si está buscando su rumbo, o si simplemente tiene algún tipo de problema con el planeta, y con su cine sólo busca vislumbrar lo que él querría que suceda. Claramente, ver sus películas no nos ayuda en nada a responder esta incógnita.