Se preguntaba si no moriría de empatía.
-¿Acabará conmigo este dolor suyo, ahora también mío?-.
En ese momento quería ser de hielo,
haber nacido psicópata,
no tener compasión
ni haber conocido el amor.
-Padecer con el otro, ¡qué gran invento!-.
Nunca antes arcadas ajenas le habían dolido como propias,
pero ¿qué más podía hacer, aparte de cuidar y llorar?
-La esperanza es lo penúltimo que se pierde;
lo último, descartado el milagro, es el cuidado-,
Solo el adiós, el definitivo, podría liberarles
de todo cuanto es malo y de todo cuanto es bueno,
pero eso le sumiría en el mayor de los vacíos.
¿Cómo soportarlo?,
¿cómo se apuntala un corazón cuando la muerte está ya tan cerca?
He ahí la desigual lucha de contrarios:
dos cerebros sintientes que todo lo sienten
contra una demoledora marcha
que aplasta huesos al tiempo que vomita sueños.
-Perros de paja, no somos más que perros de paja...-,
decía el humano en voz baja,
como tratando de encontrarle un sentido al Sinsentido.
