Ya llevamos unas semanas de curso así que, inevitablemente: Los deberes.
Un momento “especial” en el que no siempre es fácil mantener el tipo y donde podemos pasar de ofrecer paciencia infinita a sacar ese pequeño ogro que todos llevamos dentro.
Hace unos días, al llegar a casa y antes de empezar con las cenas y demás hice la pregunta mágica:
- ¿No has tenido deberes hoy?
-Si…
- ¿Y no los has hecho?
- Todavía no
- Pues, creo que en vez de ver dibujos, vas a tener que hacerlos aunque sea ya un poco tarde. Para otro día, le tienes que decir a T…, que tienes deberes y así empiezas con ellos antes.
Ya con la cara cambiada y algo compungido por la falta de ganas, mi hijo se puso a terminar su tarea. Ese día consistía en copiar varias frases en dos idiomas diferentes.
La hora y el cansancio no facilitaban que pudiera superar la dificultad de lo que tenía que hacer. Cuando ya casi llorando me enseñó el resultado, lleno de borrones de tanto intentarlo, decidí decirle que por ese día era suficiente y que lo dejara.
-Me parece que estás cansado y es un poco tarde, otro día es mejor que empieces con los deberes antes. Eso sí, sin dibujos te quedas.
De todas formas, no tiene por qué salirte a la primera ¿quieres que te enseñe la letra que hacía yo cuanto tenía tu edad?
Se me quedó mirando sorprendido.
-¿No me la has visto nunca?- Bueno, pues hoy en vez del cuento cuando te vayas a la cama, si quieres lo miramos y te enseño todas las faltas de ortografía que hacía y lo que me costaba hacer la letra.
Y de esta manera, terminamos el día revisando la letra de la primera página de un diario que empecé a escribir a su edad, y también la de algunas postales de Navidad que compañeras del cole me habían enviado también cuando teníamos seis o siente años.
-¡Pero ama, aquí te has comido una letra!
- ¡Ah majo! ¡ Qué te crees!, ¿que es fácil aprender a escribir? Pues no. Ya me acuerdo yo de la rabia que me entraba cuando me había comido una letra o cuando veía que algunas compañeras ya escribían con boli y yo seguía con el lápiz.
- Empatizar con nuestro hijo/a, una tarea no siempre fácil
- Por que a pesar de que nuestro interés pueda ser otro (que termine una tarea y los lleve perfectos, por ejemplo) tratar de entender y aceptar cómo se siente y devolvérselo, es una parte muy importante para que ellos puedan ir realizando este proceso por ellos mismos más adelante.
- Frases como:
“no es suficiente, puedes hacer más”
“en vez de llorar ponte a trabajar y sigue con ello”
“este resultado esta bien pero tienes que mejorar”
Aumentan la exigencia y la culpa y normalmente no mejoran el rendimiento a largo plazo.
Nuestro objetivo puede ser que se motive para seguir avanzando pero, enviar un mensaje contradictorio (me alegro pero no me alegro porque tienes que mejorar) es contraproducente y genera estrés y ansiedad.
3. Empatizar nos permite diferenciarnos de ellos, dándoles permiso, y dándonoslo, para que sean personas diferentes de nosotros.
El ..yo a tu edad ya sabía hacer…, no hace sino aumentar su angustia por no colmar nuestras expectativas.
Ponernos en el papel de espectadores que acompañan y que ponen lo medios para que puedan avanzar, teniendo claro que la meta la tiene que ver y definir nuestro/a hijo/a.
4. Relatarles (en algunas ocasiones, no constantemente) nuestras experiencias de aprendizaje o las de personas cercanas (lo que nos ponía nerviosos, lo que nos costaba más o incluso no conseguimos) es una sencilla manera de incitarles a hablarnos de situaciones que les preocupan o les ocupan.
Ayudan también a dar normalidad a sentimientos a los que no siempre nos apetece enfrentarnos: vergüenza, culpa, miedo, etc.
Yolanda P. Luna