Los norteamericanos tienen una obsesión por los conflictos bélicos y por el papel que su país toma en cada contienda. El ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 (del que nuestra generación pudo ser testigo gracias a la película homónima de Michael Bay donde el amor y la guerra lo complicaban todo) fue el momento decisivo para que EE.UU. entrara en el bando de los aliados en la II Guerra Mundial y, 4 años después, terminara con la guerra con la orden del presidente Harry Truman de bombardear las ciudades de Hiroshima y Nagasaki con bombas nucleares.
La última película de Peter Webber, que nos sorprendió a todos con la bella La joven de la perla (2003) y Hannibal (2007), la nada fácil segunda parte de El silencio de los corderos, narra los acontecimientos ocurridos en el Japón post-IIGM. El ejército norteamericano, liderado por el duro general Douglas MacArthur (interpretado por Tommy Lee Jones), está investigando a los culpables militares, políticos y monárquicos para descubrir quiénes fueron los responsables de que Japón entrara en la guerra. El papel más oscuro es el del emperador Hirohito Showa, un joven emperador de 25 años que apenas tiene contacto con el pueblo pero que me permitió o quizá apoyó el ataque a Pearl Harbor y la posterior guerra. Y la labor del general Bonner Fellers (Matthew Fox) será intentar averiguar qué papel tuvo el emperador en todo esto.
Uno pensaría que una película ambientada en una ciudad de Tokio completamente destruida se centraría más en el horror de la guerra y en reconstruir al detalle dicha ciudad. Pero no es el caso de Emperador, donde apenas hay algunos planos de una ciudad humeante y un Matthew Fox inexpresivo mirando a la lejanía mientras se dirige a algún bar a beber y a ahogar sus penas, emulando torpemente a un Deckard sin alma.
Utilizar como mayor reclamo de la película a Matthew Fox ha sido un error, un actor cuyo mayor logro fue desesperarnos con su torpe actuación como el chico bueno de Perdidos durante 6 temporadas, y en su lugar quizá Webber debería haber utilizado a un actor algo más expresivo para contar el particular romance del general Bonner con la bellísima Aya Shimada (Eriko Hatsune, que más de uno la recordará por su papel como Hatsumi en la fallida adaptación de la novela de Murakami Tokio Blues).
Aunque ni la fotografía ni las interpretaciones son las mejores, por suerte la película tiene algunos momentos interesantes, sobre todo cuando la cinta se adentra en el sentido del honor de la cultura japonesa y todo lo relacionado con la figura -aún a día de hoy muy enigmática- del emperador Hirohito, del que siempre queremos saber más y más.
Quizá si Emperador hubiera sido una producción japonesa mucho más modesta y con un guión algo más trabajado hubiera funcionado mejor esa tambaleante mezcla entre la figura de MacArthur y sus ansias de poder, el romance entre un militar norteamericano y una profesora nipona y el enigma del papel del Emperador en la guerra. Una pena.