Ya me imagino a algunos diciendo, al menos mentalmente: “No tenemos conexión de buena calidad desde el computador y los dispositivos móviles y ¿Vamos ahora a hablar de conectarnos a Internet desde una nevera o una prenda de vestir?” Mi respuesta es un contundente Sí.
Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés de Internet of Things) no deja de ser una novedad a pesar de que funciona desde hace unos 10 años aproximadamente y que, como concepto, desde al menos hace veinte. Desde luego que aún impacta que nos digan que el cesto de la basura podría comunicarse con el supermercado para pedir, con cargo a nuestra cuenta, un set de cuatro jugos de naranja porque los que había ya fueron consumidos…
Así las cosas, para lo que llegan a través de esta columna por primera vez al concepto de IoT, hablamos de entornos tecnológicos en los que cada objeto puede conectarse con otros y todos estos, a Internet, para intercambiar información. Se estima que para el próximo año ya haya cerca de 32.000 millones de objetos conectados de esta forma en el mundo.
Las aplicaciones son casi infinitas y se espera que el entorno de los hogares sea de los más conectados entre sí para que sus residentes puedan, por ejemplo vía automatización, controlar luces, accesos, sonido ambiental, pantallas, electrodomésticos que empiecen a aspirar la alfombra porque algún sensor ya detecta cierto nivel de polvo en el ambiente, o que el propietario, desde la ‘comodidad de un trancón’ le ordene a la cafetera tenerle listo el tinto cuando llegue a casa.
Ahora imaginen por un momento, IoT en entornos distintos al hogar donde las máquinas de cualquier panadería le avisen al celular de su propietario que ya va siendo hora de hacer un mantenimiento preventivo. O que un sensor ubicado entre los cultivos de plátano le envíe un correo al agricultor contándole la detección de una nueva plaga.
Lo que debemos estimular en nuestro territorio es que nuestros ingenieros se atrevan a emprender en esta desafiante industria para servir a la economía global. Las oportunidades están ahí.
Nota: columna publicada originalmente en Vanguardia el día 11 de julio de 2019