De acuerdo con la Family Business Network, la asociación global de negocios familiares, las empresas administradas por sus dueños representan aproximadamente entre el 70% y 80% de los negocios en el mundo, ocupan más del 50% de la mano de obra y contribuyen con entre el 50% y 75% del producto bruto de los países en los que operan. En muchos casos, estas empresas son más eficientes que los demás tipos de compañías.
Pero a pesar de su importancia, sólo el 24% de ellas llega a la segunda generación y menos del 10% sobrevive hasta la tercera.
Y esto es así por los problemas intrínsecos que dichas estructuras generan y deben atravesar. Ya lo dijo Michel De Montaigne (1533-1592), filósofo francés: “Gobernar una familia es casi tan difícil como gobernar todo un reino”.
En la empresa familiar, el mayor recurso con el que cuenta el dueño son los miembros de su familia, ya que éstos proveen al emprendimiento tanto de empleados como de ideas. Y precisamente de este hecho surgen innumerables dificultades, pues los distintos integrantes cumplen roles duales. Por un lado, en el plano familiar y afectivo son padre, madre, hijos, hermanos, yernos, sobrinos, y por el otro, en el ámbito de la empresa se desempeñan como directores, gerentes, jefes, empleados, etcétera. Además, la misma naturaleza de los negocios contradice la de la familia, es decir, que ambos parten de dos conceptos filosóficos distintos. La familia actúa de manera emocional, mientras que en los negocios se privilegian el pragmatismo y la crudeza. La familia tiende a proteger a sus integrantes, en tanto que la empresa, mucho menos. La familia brinda aceptación incondicional, en los negocios cada uno vale según su contribución. Esta situación ambivalente suele generar mucho estrés, que finalmente termina afectando la empresa y por ende a sus integrantes.
Evaluar y resolver a tiempo estos conflictos es de suma importancia para el bienestar económico futuro de la familia, es decir, para que la riqueza se perpetúe en el tiempo.
Tomar las acciones apropiadas en el momento justo permitirá triunfar en los emprendimientos. Esto adquiere mucha importancia en estos contextos de crisis, en donde las empresas familiares tienen mejores armas que las empresas grandes para triunfar.
Muchos pueden ser los motivos del fracaso de las empresas familiares. Por ejemplo, la falta de capacidad financiera de una gran empresa, la rivalidad entre hermanos o la competencia entre las distintas generaciones pueden afectar seriamente el negocio y en muchos casos producir la venta o el cierre para no destruir la familia. Pero sin duda la causa más importante de la debacle empresarial es casi siempre la “falta de un marco conceptual claro y adecuado para pensar el futuro del negocio”. En consecuencia, es fundamental establecer un “plan” que guíe tanto a la familia como a la empresa. Éste puede ser formal o informal, pero debe existir, porque todo evoluciona y de la misma manera tiene que progresar la empresa.
Tener un plan es fundamental debido a que:
1) el negocio exitoso del futuro diferirá seguramente del negocio actual
2) las fuerzas que están actuando hoy influirán en el futuro y
3) las acciones que se tomen hoy modelarán el negocio de mañana.
¿Qué modelo de empresa se adapta mejor a mi familia?
La estructura familiar es una de las más flexibles de la sociedad. Se adapta a los nacimientos y los fallecimientos, a las modificaciones de valores y, desde luego, al paso del tiempo. Por lo tanto, los cambios que se deben realizar a favor del negocio no le resultarán difíciles de encarar.
La primera pregunta a responder es: ¿qué intereses se deben privilegiar: los del negocio o los de la familia?
La respuesta a esta pregunta es crucial, porque va a determinar de qué forma se resolverán problemas importantes como la participación de cada miembro de la familia en la empresa, la división de la propiedad y las compensaciones.
Cada familia tiene tres alternativas filosóficas: a) Primero el negocio: se tiene en cuenta primero lo que es mejor para la empresa, respecto de empleados, de los clientes y de la participación accionaria.
b) La familia primero: en este caso, las diferencias entre la calidad y el grado en que cada familiar contribuye al negocio no se reconoce. Se permite que cualquier miembro entre en la empresa y a cada uno se le paga el mismo monto. Nunca se echa a ningún integrante de la familia.
c) Familia empresarial: ésta es una situación intermedia que implica un compromiso a largo plazo para el bienestar del negocio y de la familia, y requiere respuestas creativas para atender ambos intereses.
Pero no sólo es importante tener en cuenta la elección filosófica, sino también qué tipo de modelo familiar se adopta para encarar, por ejemplo, los próximos 5 o 10 años de la empresa y los cambios que serán necesarios en función de cómo se piensa que va a evolucionar. En este sentido, los modelos son:
a) Familias monárquicas: en general sostienen que el hijo mayor, quien seguramente fue el primero en incorporarse a la empresa, es quien tiene el derecho de llevar adelante el negocio. Incluso en algunos casos se piensa que sólo el varón es el que permanecerá en el negocio en el largo plazo y que las mujeres deberían buscar otras alternativas. Ciertamente, en los tiempos que corren actuar de esta manera victoriana sea muy difícil de sostener. Y si el hijo mayor no es el más capaz, esto dañará la empresa.
b) Familias anárquicas: en estas familias no hay reglas que determinen planes futuros. Los padres piensan que en el negocio todos los hijos deberían tener participación accionaria y voz en igual proporción. Dado que se considera que cada hijo debe construir su propio destino, todos pueden entrar y salir de la empresa cuando quieran. Esto produce una situación bastante caótica, donde no existe una verdadera conducción.
c) Familia liberal: estas familias permiten que cada uno de sus miembros haga lo que quiera. La única diferencia con el caso anterior es que en aquél se tiene la voluntad de seguir con el negocio, mientras que aquí se baraja la posibilidad de cierre o de venta. Si se produce la venta, se distribuye el dinero por partes iguales entre los hijos. El negocio nunca va a ser una fuente de conflicto familiar. En algunos casos, la familia puede llegar a perder la empresa.
d) Familias social-demócratas: se cree que a los hijos se les debe dar igualdad de oportunidades e idéntica participación en todos los recursos familiares. Por ejemplo, todos los hijos que ingresan al negocio deben tener la misma participación y tomar decisiones como socios igualitarios y con cargos de similar jerarquía. A los hermanos que no integran la empresa se les dan activos por el mismo valor, ya sea en propiedades, acciones, efectivo, etcétera. En algunas ocasiones, para mantener la igualdad entre los hermanos es preciso incluso dividir la empresa. Si bien los padres se sienten tranquilos porque tratan a los hijos de manera equitativa, financieramente puede no resultar.
e) Familias demócratas capitalistas: en este caso se considera que a cada uno se le debe dar participación accionaria y salario en función de su mérito y de su dedicación al negocio. Dado que en general algunas de estas apreciaciones son subjetivas, dan lugar a muchos conflictos.
f) Familias entrepeneurs o capitalistas puras: el fundador piensa que ningún sucesor tendrá la misma capacidad y espíritu que él, por lo se opone a nombrarlo y lo más probable es que termine vendiendo la empresa. Posiblemente esté dispuesto a compartir el dinero de la venta con sus hijos, pero como cree que cada persona debe trabajar para obtener lo que posee, pone determinadas condiciones. Asimismo, como piensa que entregar dinero sin motivo debilita el espíritu emprendedor, prefiere darles el “capital semilla” para un nuevo emprendimiento.
g) Familias utópicas: este tipo de familia piensa que la empresa es un gran recurso para construir un imperio y, por lo tanto, una familia vigorosa. En consecuencia, la familia se compromete con grandes ideales y no teme trabajar y esforzarse mucho. Este modelo es bueno para los negocios ya exitosos.
¿Cuál es el mejor modelo a seguir? Esto depende de tres factores:
a) El tamaño de la familia y del negocio.
b) Los valores de cada miembro de la familia.
c) Los valores tradicionales de la familia como un todo.
No hay que olvidarse de que no hacer nada es una decisión de inversión que impactará sobre el futuro de la familia. La decisión es suya.
Autor Marcelo Elbaum Director de Convexity, Consultora en Inversiones m.elbaum@convexity.com.ar
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