En mitad del debate independentista en Cataluña un defensor de la separación de España, el tercer empresario mundial en productos derivados de la sangre, Victor Grifols Roura, ha anunciado el traslado de Barcelona a Irlanda de dos tercios de su negocio anual de 3.500 millones de euros.
Cambio que justifica por la menor presión fiscal en ese país de habla inglesa, no del gaélico, idioma propio, de 4,6 millones de habitantes y un producto interior bruto per cápita de 46.600 euros frente a los 30.588 españoles.
Añade que si Cataluña fuera independiente, con su propia fiscalidad, quizás no cambiaría.
Pero es falso: huye de Cataluña, no de España, porque los impuestos de la Generalidad y los municipales, y su legislación crecientemente anticompetitiva, dañan sus cuentas.
Si Grifols no fuera un notorio independentista haría como numerosos empresarios catalanes: establecerse silenciosamente en otras partes de España.
Huyen, especialmente a Madrid, porque el propio independentismo perjudica a sus empresas ante los clientes del resto de España.
También porque, además del opresivo sistema fiscal, casi confiscatorio, el cultural impuesto por el nacionalismo le repele a muchos de los mejores talentos de cualquier región española o nacionalidad extranjera que antes iban contentos a Cataluña, y que ahora la rechazan.
La habilidad de la Comunidad de Madrid fue la de convertirse en una pequeña Irlanda, con un sistema fiscal no muy lejano al suyo.
Aunque, forzada por la UE, Irlanda dejará de ser tan favorable para los inversores extranjeros en 2020.
Que el PSOE. IU y Podemos anuncien que igualarán la fiscalidad de toda España, poniéndola como mínimo tan alta como la catalana, sólo creará pobreza, porque las principales empresas huirán como Grifols, no a Irlanda, sino a todos los paraísos fiscales del planeta.
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SALAS