Revista Cultura y Ocio
¡Buenas a todos!
Por fin ha llegado lo que tanto llevábamos esperando desde que comenzamos a leer El Quijote hace ya dos meses: ¡Los molinos de viento! Creo que esta es una de las más emblemáticas aventuras de este caballero, conocida por todos ya que es de las pocas que se suelen dar en las escuelas (al menos en mi época).
Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación
¿Y qué sucedió? Pues que confundiendo los molinos de viento con gigantes, y sus aspas con brazos, Don Quijote no hice caso de las advertencias de Sancho y fue a dar de frente con ellos… con el consiguiente golpe. ¡Pero oye! No hay nada mejor que el que no se desanima, y el que no se alegra es porque no quiere, porque aun siendo consciente a posteriori que aquello era una construcción, se obceca en que fue el demonio burlón (el mismo que le robó la habitación de los libros) el que los convirtió en ello para quitarle la gloria de la victoria.
Pasa el día y la noche, y mientras tanto vamos viendo las diferencias entre Don Quijote y Sancho, uno más mundano y realista; más sencillo al hablar y al actuar. Más distintos no los podía haber, vamos.
La segunda mitad del capítulo versa sobre una aventura en el camino cuando se encuentran viniendo hacia ellos un grupo de personas: delante dos frailes y detrás una señora, que aunque no van junto sí van en la misma dirección. Don Quijote los confunde con salteadores que la llevan presa contra su voluntad, así que se encara y (milagrosamente) termina derribando a uno, mientras el otro huye.
Lo curioso viene ahora, cuando la narración se vuelve un poco más caótica: Sancho se abalanza sobre el fraile caído para llevarse su hábito (que le corresponde por batalla) y uno de los mozos se le echa encima y queda inconsciente. Por otro lado, Don Quijote va a darle su discurso a la señora (pidiéndole que como recompensa por salvarla solo quiere que vuelva al Toboso y le hable de él a Dulcinea) y entonces el “chofer” se le planta para que deje pasar el carruaje. Se dicen cosas… y la situación degenera hasta que terminan dándose de palos.
Y ahí corta la historia. Según escribe Cervantes, no hay documentos de cómo termina la historia. Pero luego hablar de un segundo autor que no se cree que no haya pruebas de ello… Quizá lo sepamos más adelante. Para ello, esperaremos a la semana que viene para conocer otro capítulo.
¿Qué tal lleváis vosotros la lectura?