Desde mi torre de marfil
yo los contemplaba en la distancia
me fascinaba su hipnótico embeleso
ocultando ignotos placeres que yo ansiaba conocer,
placeres de tierra, fuego y agua
que se entremezclaban en mi fértil imaginación aún intacta.
Mientras pensaba en ellos
su imponente seguridad me reinaba ajena
sucumbiendo a un mundo dulce y extraño
donde me supe ideal
en algún lugar donde el tiempo se detiene ajeno a la realidad;
en algún lugar donde nada es lo que parece y lo que parece no es nada;
en algún lugar donde las rosas no se marchitan y su perfume es eterno;
en algún lugar donde el dolor no duele, las heridas no sangran,
donde no se acaba la dicha, donde se oye siempre su voz y el hielo se derrite con una mirada;
en algún lugar donde las nubes no esconden el sol y la noche conserva su magia eterna…
Pero la vulnerabilidad del tiempo jamás se interrumpe
y sin querer va corrompiendo lugares,
certezas y sueños
y desaparecen un día entre las cenizas
de algún desengaño, desencantando;
y cuando todo es oscuro
entonces surge Fénix
y con sus alas te eleva de nuevo
acercándote al mundo de la esperanza.