Revista Filosofía
Hay momentos que muestran la naturaleza filial de la filosofía. Fue el encuentro que, con motivo del Día Mundial de la Filosofía, tuvo lugar ayer en la Taberna Urbana de Zaragoza. Reunidos en torno a un mismo propósito pudimos compartir nuestros pareceres sobre asuntos que a todos, como seres de un mundo que no alcanzamos a comprender, nos incumben. Es, de hecho, un fenómeno extraño el que aconteció ayer. Tras la intensidad de las palabras y aquellas luces naranjas podía entreverse el fondo filial de la filosofía, en ocasiones escondido bajo las máscaras de las academias y la búsqueda exhausta de novedad. Se dijeron verdades, pero también mentiras, algunas vanas, otras forzadas, pero poco importa si lo eran, a la luz del ardor de aquella intensidad. En encuentros como el de ayer, las palabras dicen más de quien las enuncia que de ellas mismas, de ahí que el vínculo prevalezca sobre el convencimiento, la philia sobre la sophia.
Quienes contamos con el privilegio de asistir al encuentro pudimos dar nombre a nuestras inquietudes, definir nuestros pareceres, entender lo que nos pasa, abrigarnos con ello de palabras que no siempre se encuentran en las bibliotecas y los centros de trabajo. Ayer, hablando del rendimiento y presentando mi alternativa quijotesca del asunto, entendí que nadie jamás ya podría salir rendido de aquel extraño lugar de luces naranjas.