Caminaba solo por las obscuras y tenues calles de Madrid, el frío calaba mis huesos y la cazadora de cuero no calentaba todo lo debido, mis manos dentro de mis bolsillos y mi cuerpo entumecido y agarrotado. Mi mente vagaba entre pensamientos dispares todavía sin ser muy consciente de como aquel día sucedió algo inevitable… Aquel día el sol resplandecía y las nubes bajas se habían levantado perezosas, aun así, a mediodía desaparecieron dejando un bonito sol que nada hacía presagiar lo que sucedería horas más tarde. Las personas iban y venían caminaban absortas en sus pensamientos mientras un niño jugaba en un pequeño parque de barrio muy cerca de alguien que persigue volver a sentirse querido, pero que no debe estar allí porque el recuerdo duele al igual que un cuchillo bien clavado en el corazón.
Los otros pequeños se mezclaban entre la arena, juguetes, columpios y toboganes, estaban lejanos de sus cuidadores, aun así, no les quitaban ojo de encima debido a las alertas de noticias que corrían por las redes sociales y los noticiarios. No debían dejarles solos. Pero…un descuido fue suficiente… El pequeño corrió por el balón que botaba con excesiva fuerza tanta que salió directamente a la carretera, no debía salir del parque de juegos, pero lo hizo y fue un terrible error…
Aún recuerdo su cara, las lagrimas de sus ojos, las manos temblando y el chirrido agudo de un coche frenar de golpe. Fueron segundos alargados como un quien se toma un chicle y lo estira hasta que se rompe, mi instinto fue correr hacia allí pero no debía estar allí, yo no debía ser visto ni oído por nadie, pero…no podía dejar que aquello que acababa de suceder pasara como si ni me importase. ¡No! Corrí tanto que cuando llegue al lugar, lo único que logre hacer fue agacharme y llorar. Mis manos temblaban y un tremendo nudo se instauró en mi garganta, era tan grande que no articulaba palabra. No podía creérmelo. Sin pensar demasiado levanté a la madre y la abracé tan fuerte que pude sentir su terror, su angustia y su miedo ante el accidente. Yo no servía para dejar de actuar como si la cosa no fuera conmigo, ante todo soy alguien que siente, que tiene defectos pero que siente.
No estaba completamente seguro si debía hacer algo más, pero…solo podía pensar en que cuando la ambulancia llegó tenia que acompañarla debía evitar a toda costa que me alejara, aun así, lo hizo. Se negó a que fuera con ella. Pero no me rendiría. Nadie se opondría a que…a que viera a mi hijo. A que estuviera a su lado pasase lo que pasase.
Las horas en ese hospital se hacían eternas y las luces pesaban en los ojos, cada segundo lo contabilizaba mentalmente, ella rodeada de sus familiares y yo…yo solo y desencajado por completo. No entendía tanto odio, tanto vacío. No lo entendía. Los mejores años de mi vida los pase con ella, y ella conmigo, aunque ahora al lado de su nuevo marido parecía que ese tiempo, no había existido. Él se creía con el poder suficiente como para determinar que yo no debía estar allí, pero…me daba igual. Era mi hijo. Y lucharía por él, hasta el final…
Con estos pensamientos llegué a mi parada de autobús, por instinto miré el reloj y un dolor se instauro en mi pecho, ese reloj me lo había regalado ella días antes de…nuestra discusión. Las once y media. Justo para coger el autobús y volver a casa y descansar después de un largo día…En él no había mucha gente y por suerte pude sentarme y ponerme la música de mi móvil, lo necesitaba. Necesitaba abstraerme de todo y de todos, era mi medio de escape. Al encender el móvil una notificación de ella, ni ganas de leerla no obstante decidí hacerlo, me contaba que nuestro hijo seguía bien y que pregunto por mí. Lo leí unas tres veces mas y sin querer empecé a llorar de emoción. Con la alegría en el cuerpo le contesté que mañana iría a verle. Por los altavoces de los cascos la música acompasaba mi tremenda alegría y así, feliz volví a casa después…después de un día duro de trabajo.