Por Marco Teruggi
El centro de La Paz se ha transformado en un escenario de barricadas, colas para comprar en los pocos negocios que abren, transporte detenido, vecinos apostados en las esquinas atravesadas por alambres de púas y chapas de zinc. Cerca de la Plaza Murillo, centro del poder político pasan grupos con cascos, escudos, máscaras antigás, banderas de Bolivia, contingentes de policías apostándose y pidiendo refuerzo a la Fuerza Armada Nacional (FAB).
Es lunes a la noche y corre un miedo: que baje la ciudad de El Alto. Las escenas vistas durante la tarde volvieron a recordar a muchos del centro y la zona sur de La Paz que la mitad del país que votó a Evo Morales existe y no se quedará de brazos cruzados.
Lo que se pensaba que pasaría en El Alto sucedió, y fueron miles de vecinos, en su gran mayoría de la nación aymara, que salieron a las calles a hacer frente al golpe de Estado, a defender el proceso de cambio, y algo muy profundo: la bandera whipala, que durante las horas de la ofensiva golpista fue quitada de instituciones y quemada en la calle por manifestantes de derecha.
Lo que sucedió no formaba parte del plan de quienes encabezan el golpe de Estado que, a estas horas, presenta más elementos de confusión y violencia que de proyecto planificado. Un elemento resulta claro: el objetivo central era derrocar a Evo Morales y perseguirlo, como denunció al hacer público que un oficial de la Policía Nacional Boliviana (PNB) tiene una orden de arresto ilegal contra su persona, se encuentra en un sitio desconocido.
La situación de Morales era ayer por la noche incierta. El canciller de México, Marcelo Ebrard, anunció que el ex- presidente estaba en un avión que lo llevaría a ese país.
Su seguridad personal es objeto de mucha preocupación en un contexto donde su casa fue asaltada por grupos violentos y donde no existe ninguna autoridad pública dentro de quienes realizaron el golpe. El estado de derecho ha sido roto y eso ha abierto las puertas a la impunidad absoluta de quien logre ejercer poder.
Durante el día, Morales envió mensajes desde su cuenta de Twitter para denunciar la represión en El Alto que se cobró varias vidas, entre ellas la de una niña, y para pedir no caer en enfrentamientos “entre hermanos”. Por la noche, antes de subirse al avión, tuiteó: “Hermanas y hermanos, parto rumbo a México, agradecido por el desprendimiento del gobierno de ese pueblo hermano que nos brindó asilo para cuidar nuestra vida. Me duele abandonar el país por razones políticas, pero siempre estaré pendiente. Pronto volveré con más fuerza y energía”. La propuesta de asilo en México será una salida posible para el presidente derrocado y bajo peligro.
Sin gobierno
En Bolivia, el bloque golpista no logró aún conformar gobierno. Luego de la renuncia de Evo Morales, el vicepresidente Alvaro García Linera, la presidenta del Senado, el vicepresidente, debería asumir la tercera al frente, Jeanine Añez, que aterrizó en Bolivia. Sin embargo, debería asumir con acuerdo del poder legislativo, donde en ambas cámaras tiene mayoría el Movimiento al Socialismo, es decir el partido que fue desplazado por la fuerza.
No existe entonces gobierno interino golpista visible luego de más de 24 horas de consumado el golpe de Estado. Existen en cambio poderes que se despliegan en acciones represivas y persecutorias, con los anuncios en redes sociales de Fernando Camacho, cara visible del ala civil del golpe, las acciones de la PNB y de la FAB.
Esta última emitió un comunicado el lunes en la noche bajo la lectura del comandante general Williams Kaliman: la FAB desplegará acciones de despliegue en las calles para acompañar a la PNB. No existe entonces gobierno formal, pero sí el poder de las armas.
El escenario no es como el que tenían previsto quienes encabezaron el golpe de Estado. La pregunta es en realidad: ¿tenían un escenario organizado que no fuera solamente derrocar y perseguir a Morales y los dirigentes del proceso de cambio?
El bloque golpista es heterogéneo, contiene sectores civiles, empresariales, policiales, militares, religiosos e internacionales. Esta última dimensión quedó expresada en la complicidad de la Organización de Estados Americanos (OEA) que no calificó a lo sucedido como golpe de Estado, y en las mismas declaraciones de Estados Unidos que presentó el derrocamiento como regreso a la democracia.
La conjunción de fuerzas que logró el golpe parece tener un objetivo claro: descabezar al proceso de cambio, desde sus funcionarios hasta los dirigentes políticos. Eso se ha traducido en las persecusiones, como dan cuenta las solicitudes de asilo en embajadas, centralmente en la de México.
Existe entonces una inestabilidad dentro de quienes condujeron la ofensiva, a la vez que una reacción que se pone en marcha, no solamente en El Alto –con un nivel fuerte de radicalidad– sino en varias partes del país.
Así, por ejemplo, la Confederación Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb) anunció bloqueos en toda Bolivia en las carreteras troncales, “resistencia general al golpe de Estado en todo el país”, así como la expulsión de dirigentes que se hicieron parte del derrocamiento.
La situación es más inestable que la promesa vendida por Camacho y quienes festejaron en la tarde y noche del domingo. Existe un país que negaron, despreciaron, a pesar de sus esfuerzos por mostrarse democráticos e inclusivos, y ese país comenzó a moverse, a impugnar, a enfrentar la restauración conservadora que busca una revancha.
Por el momento no existe, de manera visible, una dirección de los procesos de resistencia. Lo que resulta claro es que la decisión de quienes conducen el golpe será responder con represión en todas las escalas posibles. Ya en la noche del lunes se veían las tanquetas en las calles de La Paz y los vecinos que celebraron el derrocamiento y quema de whipalas ahora aplauden la militarización.