
Continuación…
Aunque debo reconocer que esa fue mi máxima en toda mi vida, estar bien conmigo mismo en todo momento y, a ser posible, en soledad, también con el tiempo aprendí que eso me privó en muchos momentos de vivir lo que la vida me regalaba a cada instante como el amor o la felicidad! Porque la vida nos ofrece oportunidades que nos ayudan a descubrir cómo somos en realidad y qué sentimos, viviéndolo. Cuando observamos y vivimos -y, sobre todo, cuando sentimos- lo que nos rodea, tenemos la inigualable oportunidad de sentirnos vivos y encontrar el sentido de nuestra vida!
El dolor, la injusticia, el sufrimiento, el desequilibrio, etc. -propios o ajenos- nos despiertan a nuestra realidad interna y externa, pues muchas veces no son más que reflejos de lo que pasa en nuestro interior. Y es cuando el amor nos hace ser capaces de trascendernos a nosotros mismos para acercarnos al otro y, en ese camino, redescubrir toda la riqueza que poseemos en nuestro interior y queremos compartir. Al fin y al cabo, amar es vivir y sentir plenamente, que no es más que vivir fuera lo que sentimos dentro, donde está la paz necesaria para percibir el exterior, sin distorsiones que nos impidan ver y aceptar nuestra propia realidad.
Pero, para bien o para mal, la vida se aprende viviendo todo eso desde el interior y confrontándolo con la realidad que nos envuelve, con equilibrio. Siempre aparecen personas, momentos y lugares, para remover nuestro interior y permitirnos despertar! Por eso la plena conciencia es el único camino hacia nosotros mismos y no exije más que nuestra atención y capacidad de sentir. Es entonces cuando te das cuenta de que la sensibilidad es una fortaleza y no una debilidad, como muchos creen y el mundo nuestro nos ha enseñado. Ser sensible te permite ser consciente de lo que pasa en tu interior y, a la vez, ante lo que sucede a tu alrededor. Y la madurez o crecimiento en esta vida no es más que ser capaces de equilibrar ambos. En ese equilibro entre lo que pasa dentro y fuera está la felicidad!
