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Me
andaban buscando. Sabía que tarde o temprano darían conmigo. Y eso
sería el final.
Por
esa razón, aquella mañana lluviosa de febrero, decidí poner tierra
de por medio y largarme de la ciudad. Cogí el primer tren que salía
para el sur. Por equipaje solo llevaba un libro y una pequeña maleta
con apenas un par de cosas.
Subí
al tren. Tomé asiento junto a la ventanilla. Al principio no había
más pasajeros en mi departamento. Cuando inició con lentitud la
marcha, un hombre de traje gris y sombrero llegó corriendo por el
andén y logró subirse en el último momento. Se sentó enfrente de
mí. Se me quedó mirando fijamente. Aquello me incomodó mucho.
Luego, sin apartar su mirada, me dijo muy serio:
—Andaba
buscando a un tipo para matarle, pero al final he preferido
abandonar la misión y coger el primer tren que partiera para el sur.
Estoy harto de esta vida. ¿Y usted?
—Yo
también. Esperaba el encuentro. Sabía que llegaría este momento.
El
tren enfiló velozmente la entrada en un túnel. El traqueteo
resonaba dentro del vagón con un ritmo frenético y machacón.
Luego
descarriló. No sobrevivimos ninguno de los dos.
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